TRES DÍAS A PRUEBA CON EL NUMANCIA #FAIL

TRES DÍAS A PRUEBA CON EL NUMANCIA #FAIL

Anatomía de una prueba fallida en un equipo de fútbol

Siempre había temido hacer pruebas con equipos, pero el verano de 2005 estaba determinando lo que iba a ser la recta final de mi carrera. Probar con el Barça B un año antes había sido un golpe duro, una experiencia rara, pero no desagradable. Quizás fuese un poco masoca por aquel entonces. Tenía tantas ganas de demostrar que mi rodilla estaba bien, que aceptaba retos en los que no tenía nada que ganar, al contrario, me desprestigiaba mostrándome en proceso de recuperación. Al final acabé en el Alavés B.

La llamada del representante

Mi agente movía tierra y aire para hacerme subir al tren del fútbol profesional. No es fácil ‘colocar’ a un tipo a lleva un año sin jugar. Sabíamos que era difícil, pero nuestra fe era más grande que las dificultades reales. Había imaginado jugar en varios equipos pero nunca en el Numancia. Me llama mi representante y me dice que debo estar en Soria en un par de días para pasar una prueba. Pongo cara torcida al otro lado del teléfono: «¿otra prueba?». Si el fútbol fuese un laboratorio, en esa época yo sería una rata. Enseguida me tocó mirar en Google cómo llegar hasta Soria. Barcelona, Zaragoza, Soria. Está más cerca que Vitoria y eso me es un alivio. Fácil. Con toda la ilusión del mundo -y toda la incertidumbre- me subo a mi Saab 9-3 con destino a Soria.

En marcha

La verdad es que el camino se me hace agradable hasta Zaragoza. Mi terror comienza al coger la carretera nacional. Siempre la he respetado por la cantidad de »Alonsos» que hay por ahí con el tubo de escape trucado. Yo tengo que tenerlo muy claro para adelantar -más que nada porque me gusta mi vida y me queda solo una-. A esto hay que sumarle un pequeño problema que tengo con el aire acondicionado de mi coche. Solo se desconecta si quito un determinado fusible. En caso de bajarme del coche y no hacerlo, al volver me podía encontrar sin batería. Mi pobre coche lleva un tiempo dando guerra, como queriendo decirme algo.

En la carretera nacional he de levantar el pie del acelerador porque un camión italiano se ha empeñado en correr lo suficiente para hacerme imposible adelantarle. No me puedo permitir un susto; en los próximos días me juego mi futuro. Aun así trató de adelantarlo, pero cuando tengo la posibilidad me despistó cantando a grito pelado canciones del primer álbum de Kanye West «The College Dropout». Cuando me doy cuenta me lamento porque el carril contrario estaba libre para pasar al maldito camión italiano. No me queda más remedio que cargarme de paciencia y prepararme mentalmente para tres días claves en mi carrera. Llegan curvas. Me olvido de adelantar, ya llegaré.

La llegada al hotel

Al fin llego a Soria. Es tan pequeño que llego al hotel sin perderme. «Será más fácil quedarse», me digo. No sé porque uno siempre piensa que en los sitios pequeños son menos exigentes, cuando lo normal debería ser lo contrario. Más pequeño, más difícil entrar. Sin embargo, al ir a prueba, no estoy muy confiado. Había visto pasar a mucha gente por los equipos que había estado y creo que ni el 5% era fichado. Tengo que hacerlo muy bien para que un club recién descendido a Segunda A me fiche en pleno mes de junio a punto de acabar la temporada. Tengo tres días para demostrar que valgo.

El ingreso en el hotel no tiene ninguna historia. Dejo la bolsa en el suelo y me estiro en la cama. Estoy a muerto después de algo más de 4 horas al volante. Mis piernas son plomo. Pido la cena y aprovecho para hacer estiramientos. Desde que me rompí la rodilla estirar es una de las pocas satisfacciones físicas que me han acompañado. Después de cenar me obligó a dormir para no despertarme tarde. De todos modos aviso en recepción para que me despierten a las 7:30h, quiero desayunar tranquilo.

La entrada al vestuario

Entro al vestuario y no conozco a nadie a primer vista. Veo muchas caras pero no me detengo en ellas porque me da palo tener que saludar uno a uno a todos los jugadores. Prefiero que las presentaciones surjan de manera accidental. Sé que cuando uno va a prueba tiene la misma jerarquía que un saco de balones. Vengo de sentarme con Matt Le Tissier en el mismo vestuario, pero mendigar una ficha me empequeñece. No es lo que soñaba. Por suerte conozco a uno jugador: Juampi. Coincidimos en el Alavés. Él era el portero suplente de Tito Bonano. Me saluda con sorpresa y cariño. No se esperaba que yo apareciese por allí -ni yo.

El entrenamiento

La sesión de entreno no es una pachanga pero tampoco la Champions League. A pesar de estar descendidos se ve un equipo muy profesional. Cada poco alguno se me acerca y se me presenta. Cada vez estoy más a gusto. Aunque en un ejercicio de posesión no entendí bien las normas y conduje la pelota como si no entendiera español. Debí quedar como un loco, o como el nuevo Onésimo. Para ser el primer día no ha estado mal; incluso bromeo mientras estiramos. De repente parece que llevo toda la vida ahí. El hecho de haber estado en la liga inglesa me da un plus de respeto a pesar de tener 23 años.

El descanso merecido… y la llamada inesperada

Estoy bastante cansado pero es un cansancio agradable. Si mañana aprieto un poco más tendré un pie dentro del equipo. Tengo buenas vibraciones. Dejo el portabotas y bajo a comer. La mayoría de personas que hay en el hotel, o son jubilados o gente de negocios. Algunos comen solos como yo. Todo está delicioso. Hasta el día siguiente no tengo nada que hacer, así que me dirijo a la habitación para enchufar mi PlayStation antes de pegarme una siesta. Suena el teléfono de recepción justo cuando paso por delante. Es para mí. Es el entrenador Máximo Hernández. Un hombre agradable y educado. Me dice que no soy lo que están buscando y que no hace falta que vuelva mañana, «pero te puedes quedar esta noche sin ningún problema». Le ha bastado una sesión para juzgarme sin tener en cuenta que ayer conduje cuatro horas y pico detrás de un puto italiano que aceleraba cada vez que intentaba adelantarle. Me lo dice con respeto. Podría haberme llamado otra persona pero lo hizo él. No le pido explicaciones; soy ese tipo de persona que cuando su pareja le deja no pregunta «¿Por qué?». Incluso le digo gracias, supongo que por la sinceridad.

Cambio de planes

Ya no me hace falta dormir la siesta, en Soria no se me ha perdido nada. Cojo mis cosas y las meto en el coche. Pero cuando voy a arrancar, giro la llave: no ocurre nada. Se me había olvidado quitar el fusible. Llamo a la grúa. Mientras abro el capó por hacer algo, ya que el fusible estaba dentro del coche. De repente escucho a alguien gritar mi nombre -no eran fans-, es jugador argentino del Numancia. Grita desde la ventana de su casa, que da al lateral del hotel, que es donde está aparcado mi coche: «Jacinto, si necesitas algo me lo pides». Va sin camiseta. Se lo agradezco (el ofrecimiento) y le tranquilizo diciendo que ahora viene la grúa para ponerme las pinzas en la batería. Se asegura de que no necesito nada, ondea con la mano y se mete para dentro como un títere en un escenario de cartón piedra.

Al cabo de unos 20 minutos llega el de la grúa y pongo rumbo a Barcelona. Es miércoles; me voy a La Sala Bikini para olvidar esta pesadilla. Sigo de vacaciones.

 

Mi libro es el conjunto de lecciones que he extraído de experiencia como esta.  Está disponible en Amazon.

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