Tras mi «maravilloso» último año en Southampton me encontré ante lo que más teme un trabajador: el paro. Llevaba más de un año tratando de correr sin acordarme de mi rodilla izquierda. Lo estaba consiguiendo. Lo conseguí en ese mes de enero (de eso ya hablaré más adelante).
En el paro por primera vez en mi vida
Desde el mes de mayo (2004) estaba en Barcelona; el Southampton me dejó marchar unas semana antes para ahorrarse un mes de piso. Yo estaba de acuerdo, mi tiempo ahí se había acabado. Intenté recuperar el tiempo perdido viendo a toda mi gente, pero sin dejar de entrenar por mi cuenta en la playa de la Barceloneta. Era la manera de quitarme el sentimiento de culpa. Estar en el paro te hace sentir como un inútil porque, por mucho que te muevas, hay factores que no dependen de ti para dar el siguiente paso. Si dejas un currículum solo puedes esperar que te llamen -si es que lo hacen- o que te ignoren. En el fútbol es igual, pero son los clubes quienes contactan contigo, te hacen una oferta, y a veces te responden. Recibir ofertas no es fácil, sabes que llegarán pero no sabes cuando ni de quién. Ahí es donde entra la mano del representante.
Probar en el Barça B
En un acuerdo de colaboración puntual entre mi agente y otro, salió la posibilidad de realizar una prueba en el Barça B, el gran rival. No me hacía mucha gracia, pero era una oportunidad única. Aunque nunca me han gustado las pruebas acepté. No tenía nada más -lo digo como si el Barcelona fuese cualquier cosa, pero era un privilegio-, y no llegaba en un buen momento porque venía de vacaciones. Fui con todas las ganas del mundo pero con pocas esperanzas.
Entrar al vestuario culé no era nuevo para mí, había jugado en esas instalaciones desde los 12 años. Además conocía a varios jugadores de esa plantilla, alguno había sido compañero en el Espanyol. No me sentí como un novato, pero si empequeñecido porque no llegaba en mi mejor momento, y mostrarme en esas condiciones ante gente que me había visto en mi plenitud, debilitaba mi ego.
Tuve un excelente acogimiento, era un ambiente distendido ya que era final de temporada. Cuando empezaron a contar las aventuras de la «cena de equipo» que habían tenido la noche anterior, me di cuenta de que era un mal momento para jugar a fútbol en serio. Al día siguiente teníamos un amistoso contra la selección de Gabón sub 18 o algo así. Cuando me lo dijeron me quedé blanco; si hay alguien que me lo pone difícil son los jugadores negros por su explosividad. A esto había que sumarle el bajo nivel competitivo que quedaba en ese FC Barcelona «B» a final de temporada.
Una dura derrota
Perdimos 0-6 y nadie estaba enfadado. Me quedé con la sensación que se tiene cuando rompes con una de las primeras novias y piensas: «nos hemos conocido demasiado pronto (o en mal momento)». Jugar en el Barça no era mi ilusión, mi ilusión era jugar profesionalmente sin más. El partido contra los gaboneses fue un calvario para mí; para empezar, me quedaba mal la camiseta del Barça. De hecho creo que a los negros nos quedan mal esos colores. Y después, no conocía el sistema de juego -si es que había uno a esas alturas de temporada. Era un partido en el que los gaboneses tenían tantas ganas de agradar que era imposible batirles. Habían venido a Europa en busca de un buen contrato. Lo hicieron de fábula. No gané ni un solo duelo que yo recuerde. Me faltaba velocidad. Hay que tener en cuenta que llevaba más de un año sin jugar un partido.
Mi integración en el equipo en tiempo récord
Los compañeros del Barça no me juzgaban porque me conocían de antes, a pesar de tener 22 años, tenía cierta jerarquía en el fútbol catalán. Durante el entreno del día siguiente me sentí más suelto, más participativo en las bromas de grupo. Estábamos haciendo rondos y vi a un chico automarginado haciendo estiramientos. Con 22 años para mí un juvenil era un pipiolo. Me extrañó que nadie le incluyera, y como le vi la cara un poco de «empanao» le dije: «Ven al rondo, hombre». Me contestó tímidamente: «No, estoy tocado» o algo así. No insistí para no hacerle sentir incómodo. Años después caí en que ese niño era Messi. Al haber estado en Inglaterra no había seguido lo que se cocía en el fútbol base catalán. En mi vida había escuchado el apellido Messi.
Las lesiones siempre llegan en mal momento
Había un partido amistoso clave para ver si daba el nivel para volver al fútbol catalán por la puerta grande, pero me lesioné muscularmente durante el entreno previo debido al enorme esfuerzo que me supuso jugar un partido contra la selección juvenil de Gabón después de más de 13 meses sin jugar. Ya lo sabía, pero me encontraba tan bien que pensé que a mí no me iba a pasar. Es normal que los músculos necesiten un tiempo para funcionar a un nivel óptimo después de haber estado limitado durante tantos meses. Pero llegó en mal momento. Los fisios me dijeron que pasase por allí para recuperarme, pero lo cierto es que no me vi con cuerpo para pasar un test tan exigente como es intentar jugar en el Barcelona. Era mi cuerpo pero no el que yo conocía. Necesitaba ponerme en forma, y jugar dos partidos en una semana no fue buena idea.
En mi currículum secreto queda que fui culé durante una semana.
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