En el post anterior os contaba cómo me escabullía del estadio (Southampton) durante el descanso después de hincharme en el buffet del lounge. Pero para llegar a eso, antes pasaron muchas cosas, algunas las explicaré en este post.
De mis tres años de contrato, pasé dos navidades en Southampton. El primer año volví a Barcelona a pasar las fiestas porque no iba a jugar durante el frenético Boxing Day. Era un recién llegado, y con 19 años lo mejor era dejarme ir a casa para recuperar energía y deshacer mis nudos mentales. Me habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo que, seguir tensando la cuerda, habría sido el fin.
Los compañeros no eran malos conmigo, pero tampoco eran «facilitadores». Cada uno iba a su bola, o al menos esa era la sensación que tenía yo. Los ingleses eran algo tímidos a la hora de entablar amistad fuera del terreno de juego, y los no británicos no eran diferente. Hay que tener en cuenta que además de británicos había suecos, noruegos, eslovenos, rumanos y alemanes. Los únicos que teníamos sangre caliente éramos el ecuatoriano Agustín Delgado y yo. El rumano Dan Petrescu era abierto, incluso interactuaba mucho conmigo, pero él tenía unos 32 años mientras que yo 19; fuera del campo no teníamos nada de que hablar. La verdad es que la diferencia de edad fue un lastre con quienes más interactuaba.
Dan Petrescu me llegó a decir que cuando se retirara y se hiciera entrenador me iba a fichar para su equipo. Cuando empezó su carrera de entrenador me olvidé de sus palabras y no le busqué. Share on X
A pesar de estas distancias, en un club hay normas y eventos que sirven para una mayor cohesión del grupo, como pueden ser los cumpleaños y las cenas de equipo. En dos temporadas no asistí a ninguna cena de equipo; no sé si es porque no había o porque nadie me dijo nada. En el momento no reparé en eso porque estaba demasiado ocupado en seguir flotando cada día. Esa era mi principal misión. Cada día tenía que darle sentido a mi vida en Inglaterra. El dinero que ganaba no justificaba la frustración que sentía por no jugar en un equipo de un nivel medio. No recuerdo que le cantásemos el cumpleaños feliz a ningún compañero, ni tampoco que alguien pagara un pica-pica. Me resulta curioso porque el club funcionaba como una familia (desayunábamos y comíamos juntos), todos los empleados del club tenían nombre: Carol, Wooggie, Terry Couper, Andy, etc.
Perdono los cumpleaños, pero no me creo que no se hiciera cena de Navidad. Estoy seguro de que no me avisaron. Me parece extremadamente cruel que a un chico de 19 años no se le integrase en su propio club. Pero lo mejor es que yo no me daba cuenta de todo eso, creo que eso me salvó a nivel psicológico.
Esto es uno de los motivos por los que me escabullía de los partidos en el descanso, pero no el único.
He escrito Fútbol B y Ulises: diario de un futbolista pobre. Son libros que nacieron hace muchos años pero que he escrito en 2017 y 2018, respectivamente. Disponibles en Amazon.
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