Un hombre entra en una zapatería y solicita unos zapatos en talla 41. La dependienta, sorprendida, se los trae. Él lucha por meter un pie en el zapato, pero claramente se nota que necesita un tamaño más grande. La dependienta sugiere traerle un par de tallas más grandes, pero el hombre solo acepta una talla más, la 42.
Convencida de que no le servirá, accede a su petición. Esta vez, el hombre pide amablemente un calzador. «Me los llevo puestos», dijo con evidente incomodidad. La dependienta le pregunta si está seguro y le ofrece traerle un número más grande al mismo precio.
Ella se sorprende tanto que piensa que el hombre cree que los zapatos tienen diferentes precios según la talla. Pero él insiste en llevarse esos, a pesar de que le cuesta caminar. Al pagar, la dependienta le pregunta: «Disculpe mi intromisión, pero ¿por qué se lleva unos zapatos tan ajustados?»
No es intromisión, de hecho, agradezco la pregunta. No me tome por loco, por favor.
No, ni mucho menos.
La razón es sencilla para una vida compleja como la mía. Me acaban de despedir del trabajo y, tal como están las cosas, me veo una buena temporada en el paro. Lo peor es que trabajaba 48 horas a la semana pero cotizaba 15. El resto en negro. No tengo derecho a cobrar una prestación digna. Pero hay más: estoy pagando, o tratando de pagar, una hipoteca que me deja en números rojos el día 5 de cada mes. Debo la manutención de mi hijo desde hace 3 meses. Como ve, no tengo ni para mantenerme a mí mismo. Desde hace medio año, el día que no como pasta o arroz, son patatas. Además, no le he dicho que llevo 4 años en la ciudad y todavía no tengo amigos.
¿Y qué tiene que ver todo esto con llevarse unos zapatos pequeños?
Muy sencillo: cuando salga de aquí meteré los zapatos en una fuente y caminaré un buen rato con los pies empapados.
¿Para qué?
Sonríe el hombre para luego ponerse serio como una tumba en cuestión de 2 segundos:
Porque después de andar unos kilómetros con dos números menos y los pies empapados, la única satisfacción que me quedará al llegar a casa será quitarme los zapatos.
Si has jugado al fútbol, estoy seguro de que alguna vez has tenido unas botas que te han destrozado los pies. Tus razones tendrías: porque te gustaba un modelo, porque no podías gastar más.
A mí me ha ocurrido un montón de veces, especialmente cuando no tenía contrato con Nike, que fue hasta los 14 años. Pero cuando me fichó Nike me ponía los modelos nuevos que salían, pero no todos eran tan cómodos como las Nike Tiempo o las Mercurial.
Durante un tiempo, empecé a pedir un número más para que mi hermano pequeño -que empezó a crecer más que yo-pudiera aprovecharse de mi contrato. Pero jugar con un número grande era, según él modelo de botas, incómodo. Aunque una decisión sensata a nivel económico familiar.
Como he contado en el post anterior, dejé de usar Nike en Southampton para pasarme a Adidas.
Desde el primer momento en que me las puse, supe que era una inversión acertada. Me di cuenta de que la comodidad no tenía nada que ver con mis botas Nike, que la mayor virtud que tenían era la ligereza. Pero con las Predator todo era más estable. Golpeaba mejor el balón, sentía mis pies más protegidos y, lo más importante: nuevas, las botas blancas lucen mucho. Por desgracia, ese brillo se pierde con el uso, pero la comodidad de esas botas me daba mucha seguridad a la hora de entrenar. Nunca imaginé que unas botas tan aparatosas me sentarían tan bien. Hay que tener en cuenta que Nike creaba botas para velocistas como yo, o sea, ligeras.
Cuando entré en el mundo de los mortales y comencé a comprarme mis propias botas, reconozco que lo primordial no era la comodidad, sino el precio. Buscaba un mínimo de calidad a un precio asequible. Estaba desencantado del fútbol tras varios meses de impagos en diferentes clubes. Estando en Segunda B, me parecía excesivo gastar más de 80€ en unas botas, a pesar de ser mi herramienta de trabajo. Pero aún escatimando en el precio, trataba de elegir las más cómodas posibles. No siempre lo conseguía, y eso se pagaba. Me sentía como conduciendo una bicicleta con tornillos sueltos. Ahora, cuando miro hacia atrás, añoro las sensaciones que me proporcionaban las Adidas Predator de gama alta.
En fin, es importante utilizar un buen calzado para hacer deporte y para el día a día, porque aunque sea un alivio descalzarse al llegar a casa, es un sufrimiento que puedes evitar, al igual que las molestias en otras partes del cuerpo que esto ocasiona.
Como cada verano, Ulises Cruz Campos, se encuentra en ese vacío que todo futbolista modesto tiene que pasar: el periodo de entreguerras. Así es como define al espacio de tiempo entre el fin de un contrato y la espera de ofertas para firmar otro. Con 28 años no quiere ni oír hablar de trabajar en otra cosa que no sea de futbolista. No disfruta del fútbol, pero le aterra dejarlo y convertirse en un tipo común. Estancado en tercera y segunda división B, no deja de soñar con alcanzar el sueño, que ser jugador de primera. En estas categorías se encuentra el mayor número de futbolistas federados asalariados del fútbol. Tienen más en común con un panadero que con las estrellas de primera división. Son la clase media del fútbol. Grandes desconocidos para el público en general.En esta novela el fútbol solo es el hilo conductor que permite tratar temas como la soledad, la depresión, las expectativas, el peso del tiempo, y el silencio. ¿A qué renuncia un futbolista para luchar por sus sueños? Prepárate para adentrarte en la burbuja de Ulises Cruz Campo. https://amzn.to/48kyRhy