Porqué no me subí al Ferrari de Kevin Davies

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Año 2001, una vez más Southampton. 19 espléndidos años. Ese día habíamos entrenado, recuerdo que a buen ritmo, me iba encontrando cada vez mejor dentro del equipo. Era el mes de septiembre y todavía el sol brillaba como si no estuviésemos en Inglaterra. Iluso de mí, pensaba que siempre iba a ser así.

Quedaban pocos días para que llegase mi coche desde Barcelona. Mientras, estaba obligado a ir de copiloto con mi compañero Adrián Cáceres. Fue mi primer amigo en Southampton, el único que hablaba español ya que era australoargentino.

El primer día, cuando se presentó me dijo: «¿Vos hablás español?». A lo que yo contesté con un efusivo «Gracias!». Nunca había dado las gracias con tanta sinceridad. Ese primer dia andaba descolocado porque todo el mundo me hablaba en inglés y no entendía nada de lo que me decían. Escuchar unas palabras -con sentido- en español fue cómo encontrar agua después de caminar 3 días por el desierto.

Desde el primer día dependía de Adrián para ir a entrenar y para hacer la compra. Sobre todo para ir a entrenar, muchos días para hacer la compra llamaba a un taxi. En un par de semanas había cogido más taxis en Southampton que en 2 años en Barcelona.

Ese día, justo después de entrenar, le dijeron a Adrián que tenía que quedarse a entrenar con un grupo de jugadores. Yo Solo barajaba un par de opciones: llamar a un taxi o esperar a Adrián. Un taxi tardaría unos 15 minutos en llegar, Adrián le quedaba una hora y media para acabar.

El bueno de Adrián se movió para solucionarme la papeleta. Yo me estaba cambiando sin saber cómo me iba a ir a casa. Estaba bloqueado, no sabía cómo pedir ayuda -solo tenía que decirle a la secretaria del training ground que pidiera un taxi-.

Kevin Davies

Kevin Davies con una sonrisa tímida y cálida se acercó para decirme que me podía llevar a casa. Kevin Davies tenía un Ferrari rojo, un coche demasiado llamativo para su timidez.

En principio me pareció una solución sensacional. Pero a los pocos segundos tuve claro que no me podía ir con él.

Entre que mi inglés era muy pobre y él me parecía muy tímido, solo imaginarme los 20 minutos de trayecto a casa en silencio en ese Ferrari me incomodaba tanto como compartir ascensor con un vecino de los que no saluda si te ve en la calle. Para él no suponía ningún problema, el niño era yo.

Le agradecí la oferta pero preferí esperar a Adrián. Me arrepentí. Más de una hora esperando. El tiempo parecía no avanzar. Me preguntaba cómo sería el Ferrari de Kevin Davies por dentro. Nunca lo sabré.

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