La montaña era yo

Hace un tiempo compré un libro titulado The mountain is you (la montaña eres tú), pero no leí mucho al ver que era un poco de autoayuda barata.

No decía ninguna tontería, pero ya había leído muchas tonterías en su momento -que me fueron muy bien- y ya no consumo ese tipo de literatura.

Cuando dejé el fútbol me ayudó a buscar un camino alternativo, una motivación para darme sentido a mi carrera una vez retirado, pero leído un libro de autoayuda, leídos todos.

Sin embargo, «The mountain is you» me llamó la atención. De hecho, creo que no es un libro que no se pueda aprovechar, pero como estoy inmerso en muchas lecturas simultáneas, a veces tengo que descartar algunos.

8 a.m.

Estoy en el ferrocarril de camino al trabajo, de pie apoyado a una pared. He tenido la posibilidad de sentarme, pero cuando veo a muchos buitres no participo en la carnicería diaria por conseguir asiento. Solo me siento cuando no hay pretendientes cercanos.

Iba pensando en el día que me esperaba por delante: mi trabajo en la escuela, corregir un capítulo de mi próximo libro, el concierto en la orquesta infantil del Poble Sec. A las 23h en casa si todo iba bien.

El día fue cumpliendo con lo esperado, fue menos duro de lo que esperaba, lo sabía, pero no lo sabía. Lo más duro, entre comillas, fue la organización del concierto, pero en realidad todo el trabajo estaba hecho cuando llegué y solo tuve que mandármelo.

Recibir a los niños, colocarles en sus puestos, coordinar la entradas y salidas del escenario. Después del concierto, recoger los instrumentos y llevarlos al almacén. Eso es lo más cansado físicamente, y aun así, batimos el récord: 40 minutos.

A las 21h estábamos tomando unas cervezas en el bar de la esquina y echándonos unas risas. El día había sido mucho más suave de lo que me había imaginado. La montaña era yo y lo que me había imaginado.

10:35 p.m.

Lo más duro del día fue darme cuenta, al subirme al tren que me llevaba a casa a las 22:35h. Había salido del bar corriendo sin visitar el lavabo. Me quedaba más de una hora de camino a casa, y las dos cervezas iban a querer salir en algún momento.

Fue sentarme en el tren y preguntarme si mi vejiga aguantaría hasta llegar a casa. En principio intenté creer que sí.

Utilicé la técnica de pensar en cualquier cosa que no tuviera nada que ver, pero no fui capaz de apartar la atención en mi vejiga. Notaba que se estaba llenando muy poco a poco. Cada minuto, cada balanceo del tren, cada pensamiento erróneo aumentaba mi ansiedad.

«No llego ni de coña». La única opción que veía era bajarme en Sant Cugat, la única parada con lavabo en el andén. Eso quedaba a unos 12 minutos de mi momento más crítico. Pensé en levantarme y pero cambiar de postura habría acelerado el drenaje forzoso.

Por un momento soñé con llegar a mi parada, pero me estaba jugando orinarme encima. Tuve tiempo de ver cuáles eran las ventajas y desventajas de bajarme en Sant Cugat.

La ventaja era que me iba a sentir aliviado, la desventaja era tener que esperar al siguiente tres, que vendría 30 minutos después. Había salido de casa a las 07:30h y llegaría a las 00:15h. Me bajé en Sant Cugat y descargué.

Fue un minuto glorioso. A veces la felicidad es un simple alivio. Un trago de agua, un asiento, quitarse los zapatos, pagar una factura.

Durante los 30 minutos esperando al siguiente tren, estuve escuchando el álbum de Kendrick Lamar «Mr. Morale & The Big Steppers» un canto a la Vida, el autoconocimiento, el arte de ser. Todo eso mientras andaba de una punta a otra a un ritmo lento pero regular como un metrónomo. Tic, tac, tic, tac.

El resto de pasajeros estaban sentados en los bancos, cargaban en sus espaldas todas las horas del día que se acaba, La montaña que acaban de superar, mientras que yo, después de vaciar la vejiga, estaba comenzando un nuevo día. Me di cuenta de que la montaña era yo, y que puede ser tan alta como la imagines.

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