Extracto de mi libro «Futbol B» (Amazon)
Tuve la suerte de coincidir durante mi etapa en el Espanyol B con Arnal Llibert. Arnal era un jugador luchador, explosivo, constante y con una calidad más que suficiente para mantenerse a buen nivel en 2ª ó 1ª división. Era un jugador que cuidaba mucho su forma física y entrenaba siempre al 100%. Era la clase de jugador que siempre estaba listo para jugar; por eso siempre era titular en cualquier puesto del campo que se le necesitara. A simple vista desde dentro del vestuario, su secreto parecía ser su profesionalidad, pero años más tarde descubrí que el secreto de Arnal era que cada vez que marcaba un gol entrenado lo celebraba apretando los puños o con cualquier otro gesto discreto. Cada vez que realizaba una acción de forma correcta aumentaba el ritmo y mostraba más confianza. Si fallaba lo volvía a intentar como si no hubiese pasado nada. En el equipo hacía gracia que celebrara incluso goles sencillos en los entrenamientos. Pero de esto yo he deducido que él mismo se estaba premiando por el trabajo bien hecho, aunque este fuese un trabajo sencillo. Las cosas sencillas también hay que hacerlas bien. Cuando uno falla un gol a puerta vacía sabe que va a recibir un aluvión de criticas y mofa, razón de peso para celebrar los goles fáciles como si fuesen los más complicados. Bueno, Arnal celebraba bien todos los goles, incluso los que no marcaba él, algo que le honraba como buen compañero. Cualquier jugador agradece tener a un Arnal en el equipo, aunque lo ideal es cada uno ser un poco Arnal. Motivación por defecto. Yo he llevado el Espíritu de Arnal, sobretodo en mi vida: Si cojo el tren por los pelos, aprieto los puños y digo “yes!”; Si apruebo un examen, aprieto los puños; cuando lanzo una bola de papel desde lejos a la papelera y acierto, evidentemente que aprieto los puños. Incluso cuando mi mujer dió a luz apreté los puños mientras lloraba de emoción, y me dije por dentro “¡toma!”.
Arnal https://ca.wikipedia.org/wiki/Arnal_Llibert_Conde_Carb%C3%B3