Año 2007. Me encontraba en mi antepenúltimo equipo antes de retirarme; por aquel entonces solo tenía 25 años pero ya era demasiado mayor para llegar a la élite.
En el mercado invernal había abandonado el Gavà (tercera división) para coger el último tren,UDA Gramanet (segunda B) ,y desde ahí asentarme en la categoría de bronce del fútbol español. La decisión la tomé de la noche a la mañana después de recibir una oferta sospechosa. Después de unos años, intuyo que fue una jugada de mi entrenador y un representante para sacarme del equipo y ahorrarse mi sueldo.
En la Gramenet estaba jugando con regularidad pero no era una pieza clave en el equipo, lo cual me sentó como un aviso de prejubilación. Lo mismo ocurría con Oussama, mi hermano desde el primer día en el equipo: tenía demasiada calidad para una categoría como la segunda B.
La semana en la que sucedió lo que voy a explicar nos enfrentábamos contra el Alicante. Un rival respetado y temido por su buen hacer. Además, me hacía ilusión ese partido porque había jugado en el rival, Hércules, una temporada con más pena que gloria y con el premio de una lesión de cruzados rotos. Que quede claro que no iba con animo de revancha ni nada parecido, solo quería jugar.
Como en cada viaje, un día antes nos desplazamos al destino en autocar. Para mi sorpresa nos hospedamos en un hotel en Benidorm en lugar de en mi querida Alicante. Supongo que al ser temporada baja era más barato dormir en la ciudad de los jubilados de Europa. Sin tanto turista de chancletas y calcetines el lugar tenía buena pinta. Estábamos solos.
Como compañero de habitación tenía a mi estimado hermano marroquí Oussama, mi mejor amigo en la plantilla. Sin desmerecer su compañía me llevé conmigo el ordenador, un DVD portátil (aún no sé para qué) y algún libro; la consola la ponían los compañeros de al lado.
La PlayStation quedó a un lado gracias a las mesas de ping pong que había en el jardín del hotel. Muchos jugadores -los que no estaban jugando al póquer- montaron torneos estilo Roland Garros en miniatura, parecían entretenidos vistos desde mi posición en un segundo plano voluntario.
Todo eso ocurría justo después de comer.
Para bajar la comida ocupamos el jardín a nuestro antojo. Aburrido decidí ir a descansar en la habitación viendo una película en el portátil.
Cuando abrí la puerta de la habitación la encontré tan desordenada como cualquier futbolista. Aun así notaba algo fuera de sitio en la habitación -mi memoria fotográfica es pésima-.
No le di importancia al desorden. Cuándo vas a un hotel abres la maleta y esparces todo en la cama para tenerlo a la vista. Especialmente cuando es una estancia tan corta.
Me senté en el sofá para ver alguna peli en el ordenador. Pero no encontré el portátil en su lugar. Miré en mi cama, tampoco estaba; en la mochila solo había ropa para cambiarme al llegar a Barcelona. Por algún motivo que desconozco, busqué mi reloj en el neceser, y no estaba. Las llaves del coche seguían en la mesita frente a la tele. El hecho de estar las llaves donde las dejé me tranquilizó un instante.
Eso ya empezaba a oler raro, bastaron 3 minutos para saber qué nos habían robado.
Con la sangre fría que me caracteriza en situaciones de pánico, salí de la habitación con paso firme y me dirigí hacía la mesa de ping pong en la que estaba jugando mi compañero de habitación. Tenia la esperanza de que el hubiera colocado las cosas antes de irnos a comer.
A lo lejos le veía dando palazos con movimientos enérgicos. Se le veía feliz. Reía en cada punto como si hubiese ganado el US Open, se notaba que estaba en un gran momento de juego. Sin rodeos le dije:
«Hermano, tranquilo: nos han robado». «¿Es coña, no?», me preguntó Oussama.
Dejó la partida y se dirigió trotando a la habitación. Al llevar chancletas hacia bastante ruido.
Comprobó de primera mano que los ordenadores y los relojes ya no estaban. Se acercó al balcón, que estaba a ras de suelo, y asintió con la cabeza en silencio. Murmuró unas palabras en árabe que podrían equivaler a gritar ME CAGO EN LA P***.
Aún quedaban horas para el partido. No hablamos mucho en la habitación. estábamos dormidos, pero al mismo tiempo enfocados en el partido. Era lo único que podía salvar ese fin de semana. Posiblemente sin tantos aparatos electrónicos alrededor el fútbol era prioritario.
Cuando el entrenador dió el once titular, y vi que estábamos los dos, tuve buenas vibraciones. El fútbol nos debía algo, y estaba dispuesto a coger mi premio.
Ganamos el partido, jugué bastante bien, pero muy lejos del nivel que yo deseaba tener. Hice muchos partidos de esos, para quien no me conociera era un buen partido, pero para mí era un 6’5.
Fue una gran victoria. En el viaje de vuelta, para compensarnos, alguien llenó un par de garrafas de cerveza para amenizar las 6 horas de viaje que nos esperaban por delante. Supongo que no hace falta decir que Oussama y un servidor bebimos algún trago para celebrar nuestras actuaciones en un partido tan complicado después de recibir a los cacos.
Pocas semanas más tarde el seguro del hotel nos compensó con 750 euros a cada uno. Nos fue de lujo porque nos debían algunas mensualidades. Oussama, con la pasta en el banco se quedó algo más tranquilo. A mí me dieron la vida: el ordenador me había costado 200 euros.
Al año siguiente nos fuimos a jugar a la Fundación Logroñés.
Esta historia no está en mi libro Futbol B.