Diario de un futbolista pobre (capítulo 2)

Diario de un futbolista pobre (capítulo 2)

Durante todo el 2020 voy a publicar todos los capítulos enteros de mi libro “Ulises: diario de un futbolista pobre”. Cada semana un capítulo.

Capítulo 1

#2 «Primera noche por enésima vez»

Martes, 2 de agosto.

Hoy ha sido uno de esos días interminables en los que hubiera deseado estar en la playa de Sant Pol de Mar compartiendo una paella con Carmen. De lo que no me salvo nunca es de compartir un postre. Aunque paguemos dos se empeña en pedir uno y compartirlo. Aunque sé que siempre es así, no deja de mosquearme. Es el precio que se paga por estar enamorado.

He salido a las 5 de la mañana para estar aquí antes de las 13h sin necesidad de correr más de la cuenta. He llegado hecho polvo, pero con muchas ganas de emprender esta nueva aventura. Un relajante muscular no me habría venido nada mal, pero si lo tomo sé que voy a estar un día medio drogado. No podría entrenar en condiciones, y con este calor, menos.

Durante el trayecto en la carretera he ido repasando varios momentos de mis 28 años de vida con todo lujo de detalle, y a la única conclusión a la que he llegado es que nunca pasó por mi cabeza encontrarme de madrugada en la carretera conduciendo hacia Cartagena. Parecía el único loco que se dirigía a Cartagena en toda la noche. La autopista estaba en servicios mínimos. Ha sido un viaje cómodo. Me gusta conducir desde antes de comprarme el BMW. Pero por momentos conducir se me ha hecho más pesado que escuchar un disco entero de Bruce Springsteen. Tengo la suerte de disfrutar frente al volante, de no ser así mi carrera habría sido una tortura. Me gusta conducir, especialmente de noche. Pasar horas frente al volante sin que nadie me adelante me hace sentir poderoso. Kilómetros y kilómetros a mi entera disposición. Solo tengo que preocuparme de mantenerme con energía para no dar un volantazo y jugarme la vida. Tenía tantas ganas de encontrar equipo que el placer de conducir ha sido doble. El concepto de velocidad desaparece cuando eres el único en la autopista. Pisar el acelerador se convierte en un gesto tan inocente como es ponerse a 200 km/h jugando a la PlayStation. Durante la noche desaparecen referencias -como los árboles, coches, estaciones de servicio- que inconscientemente te van alertando de la velocidad que llevas. Conducir de noche por la autopista es como tirarse al vacío y encontrar la recompensa en los primeros rayos de sol, los que te indican que una parada para descansar no está de más. La única pega que tiene conducir es que hay demasiado tiempo para pensar, y según en qué momento de tu vida te encuentres, eso no es agradable. Pero pensar en movimiento es placentero. Este viaje ha sido cómodo porque lo que me espera por delante me va a devolver al candelero. Estoy ante mi último tren…y pienso subirme para conducirlo.

En el estadio me ha esperado un empleado del club para llevarme al hostal. No recuerdo el nombre, y supongo que él tampoco el mío. El calor también se podría considerar un factor determinante para entender tanta desidia. Salir del coche y encontrarse una temperatura de 38ºC después de más de seis horas al volante me ha supuesto un bajón anímico. Sin entrar en las instalaciones del club, el empleado me hizo seguir su Nissan Almera hasta el hostal. El cansancio se ha ido espesando como el chocolate cuando se enfría. Mis esfuerzos por dar una imagen de entereza quedaron en una vaga resistencia a lo evidente: estaba destrozado.

El señor del club hizo el ​check in con la misma actitud que el cartero entrega un paquete después de seis horas de trabajo. No dio muestras de tener unas grandes dotes para la comunicación; mantuvo la vista en el suelo la mayor parte del tiempo; en realidad podía hacer la gestión con los ojos cerrados y sin abrir la boca: no era al primer jugador que debía acompañar al Hostal El Manolete.

El lugar no es gran cosa, pero de entrada hay una atmósfera familiar que es de agradecer. El lugar ideal para turistas dispuestos a patearse la ciudad y volver solo para dormir. En cambio, para un futbolista esto es muy poco; bastan unos minutos para darse cuenta de que alguien se está ahorrando mucho dinero ubicando a los jugadores en este cuchitril. El empleado del club se despidió de mí después de darme unas breves indicaciones: “Domingo -el Secretario Técnico- se pondrá en contacto contigo. Tú solo encárgate de descansar”, me dio un enérgico apretón de manos que no encajaba con su rostro cansado, sonrió de manera mecánica y se marchó. Dejé las bolsas en el hall y, siguiendo la recomendación del recepcionista, he ido a comer a un bar colindante. El menú no ha llegado ni a los 9 euros.

A eso de las cinco de la tarde, aún convaleciente de la siesta, me ha llamado Domingo para decirme “esta noche te vienes a cenar conmigo”.

Durante la cena me ha dicho que me esperaban la noche anterior para empezar a entrenar hoy en doble sesión. Por lo visto el despiste de “El Amazon” me ha dejado como un retrasado delante de esta gente. A esto hay que sumarle que se me ha reventado la pantalla del móvil. Para no dar una pobre imagen lo he dejado en el neceser toda la noche. No he cogido el teléfono cuando me ha llamado Carmen; vibraba tanto que temí que la pantalla se agrietase del todo.

El viaje no ha sido tan idílico como parece. Todo estaba siendo perfecto hasta que se me cayó el IPhone en el lavamanos de una estación de servicio cuando antes de pasar por Alicante. Allí mismo he comprado un paquete de arroz y he pedido una bolsita de plástico. Conseguí secarlo metiéndolo en la bolsa llena de arroz. Antes, saqué la batería y lo dividí en tres (frontal, tapa y batería), lo puse bajo el secamanos, y creo que eso ha sido clave. No me suelo fiar de los trucos de Internet, pero estaba desesperado, y meterlo en la bolsa llena de arroz me vino rápido a la cabeza. No es el mejor momento para quedarme sin teléfono, y tampoco puedo comprarme uno. Tener de copiloto a una bolsa llena de arroz con un móvil dentro es lo más surrealista que me ha pasado desde que aquella vez me cité con un falso representante que solo estaba interesado en acostarse conmigo. Me siento mal por el IPhone, es el segundo que me compro en diez meses; el anterior lo perdí de fiesta por Zaragoza. Este se lo compré a un tío rarísimo por el centro de Barcelona. No las tenía todas conmigo; ya me han timado antes. Pero el móvil estaba perfecto. Lo único malo era que no tenía la garantía. He rezado todo el camino por la vida de mi teléfono. Al llegar al parking del estadio, cerré los ojos, puse la batería y… ¡Se encendió! ¡Hacía tiempo que no sentía una alegría tan inmensa!

Durante la cena Domingo no ha hecho más que soltar propaganda del proyecto del club… lo más parecido que he visto a un contrato ha sido la factura de la exquisita cena. Me he cuidado de no mostrarme excesivamente entusiasmado. No puede parecer que esta sea la oportunidad de mi vida, soy un profesional. Sin embargo, el no haber exigido el contrato con mayor convicción ha sido un error. Pensará que soy un muerto de hambre. A un compañero lo echaron de un club tras lesionarse -cruzados rotos- a los dos días de haber firmado el contrato. Le acusaron de llegar lesionado… ¡después de haber pasado la revisión médica pertinente! La AFE (Asociación de Futbolistas Españoles) en un principio amenazó con demandar al club, pero acabaron forzando un acuerdo del que no salió muy bien parado. El hecho de estar lesionado influyó para que dejara de pleitear. Muchas batallas simultáneas es sinónimo de derrotas múltiples. Actualmente es casi un lisiado al que solo le queda luchar por la invalidez deportiva.

En el hostal he conocido a dos chicos del equipo: un africano, vamos, negro; y el otro es argentino. Hemos coincidido en la recepción mientras esperaba a Domingo. El recepcionista me ha dicho que son jugadores del club, y nos hemos saludado. Luego, cenando, Domingo me ha dicho entre risas que “es el único argentino que no habla por los codos ni tiene gen competitivo. Nos han engañado”. Tampoco parecía muy afectado. Por supuesto que no han venido a cenar con nosotros. Del chico negro me ha dicho que es una bala. Que se los traen por docenas. Dice que tiene a un “contacto especial” en Senegal que tira un balón al aire y le aparecen diez “Drogbas”. Domingo, sin ningún tipo de inhibición, también me ha estado hablando del entrenador. Me ha dicho que es un competidor nato al que le gusta ganar por lo civil o por lo criminal, además, la pasada temporada tuvo a buena parte de la prensa en contra porque “es demasiado claro a la hora de comunicarse”. En estas categorías las ruedas de prensa son reuniones de amigos. A veces parece que los periodistas forman parte del club. Los ves moverse y relacionarse con los jugadores con total libertad.​Desde​el club le están pidiendo que colabore porque necesitan crear una atmósfera optimista ante la posible llegada de inversores. Se le han iluminado los ojos al decirme: “Ulises, créeme: podemos plantarnos en segunda A”. Dijo un montón de cosas y ninguna original. Era como si hubiese hecho un collage de frases típicas del fútbol para soltarme un discurso liviano que ya no me creo. Yo quería ver mi contrato, pero no dije nada, estaba muy cansado, y lo que menos me apetecía era que me calentasen la cabeza.

Los dirigentes de los clubes nos toman a los futbolistas por pardillos. El hecho de que seamos gente joven no quiere decir que no sepamos qué ocurre en torno a nosotros. Son conscientes de que para llegar arriba tenemos que pasar por el aro, y más en estas categorías dejadas de la mano de Dios. A veces tenemos que hacer como las mujeres japonesas que se hacen pasar por tontas para encontrar marido. Aquí el dinero es lo importante. Cuando se le acabaron las frases hechas me habló de sus hijos. Decía que estaba tan liado que veía a sus hijos menos de lo que quería. No me extrañó viendo cómo le gusta alargar las cenas. Es el tipo de persona que se cree que puede retenerte toda la noche porque paga. Como si yo fuera una señorita de compañía. Se me caían los ojos y el tío seguía cascando. En la carta había lenguado, pero Domingo pidió entrecot al roquefort. Cualquier frase le valía para evitar el silencio. Yo sonreía y asentía. No podía hacer nada más porque no me dejaba decir una frase de más de cinco palabras. Y cuando conseguía hacerme escuchar se dedicaba a acabar mis frases para hacerlas suyas agregando algún comentario supuestamente gracioso. Yo solo quería que me llevase al hotel para llamar a Carmen e irme a dormir. Mi descanso no parecía importante para él. Se conformaba con tener quien le escuche. Pasaba de un tema a otro sin ninguna coherencia.

A las once y cuarto me ha “liberado”. Me he quitado las bambas, y he llamado a Carmen. No parecía muy alegre. Estaba apagada, pero no sé si por cansancio o tristeza. En cuestión de horas hemos pasado de estar juntos a estar separados por más de 650 kilómetros. Creo que no durmió mucho anoche. Cuando le dije que me tenía que venir a Cartagena no mostró ningún tipo de emoción al teléfono. Se lo esperaba. Pero cuando vino a casa a pasar las últimas horas estuvo bastante positiva. Pero sé que fingía por no hacerme sentir culpable. Detrás de esa sonrisa había cierto rechazo a nuestra nueva situación. Digo “nueva” porque cada vez que nos separamos no es igual que la anterior, es más dolorosa. Durante la cena con mi familia no participó demasiado en la tertulia. Tampoco es que sea la alegría de la huerta, tanto estudiar la deja vacía, pero es que en mi familia somos un poco raros. En realidad, todo el mundo cree que su familia es rara. Cualquiera que venga, si no nos conoce, puede pensar que no estamos bien de la cabeza. Quizás mi hermano sea el más normal. Aunque es un empanado. Un genio de la tecnología que apuntaba a estrella de fútbol. Antes de emprender el camino la dejé en su casa. La despedida ha sido un poco light, la pobre estaba más dormida que despierta.

Mi padre está encantado con mi fichaje por el Cartagena porque fue donde hizo el servicio militar. Cuando empieza a contarnos anécdotas mi madre le para porque dice que “parece un disco rayado”. Mamá no hace más que repetirme que si no me gusta el sitio que me vuelva “que no vas a estar en ningún lugar mejor que en casa”. Tengo 28 años, joder. Me pregunta que si no hay equipos cerca de casa, que si me quedo podré volver a estudiar. Lo dice convencida.

Cuando le mostré a Carmen en el Google Maps cuánto se tarda en llegar a Cartagena en coche, bus y tren, me di cuenta de que había sido una mala idea. Quise que pareciera cerca y está lejísimos. Nunca ha conducido más de dos horas, pero con los nervios no se me ocurrió otra cosa que decir que con el coche de su madre se plantaba en un periquete. El tiro me salió por la culata. Ni tan siquiera tuvimos sexo, con eso lo digo todo. Incluso cuando estamos enfadados lo tenemos. Así arreglamos muchos malentendidos.

Después de toda la vida viviendo como un nómada, me da pereza tener que andar consolando a mi pareja por tener que buscarme las castañas a cientos de kilómetros de mi casa. La confusión en esta relación se debe a habernos conocido cuando estaba recuperándome de la rodilla, se acostumbró a tenerme cerca. La conversación de esta noche ha sido minimalista. No se me ocurría qué decir, he pasado un verano tan estresante que no tengo fuerzas para ejercer de cheerleader de nadie, bastante me cuesta no colgarme de un puente. No es que esté cansado para hablar, es que estoy cansado hasta para respirar, ¡dios mío que calor hace aquí! En lugar de darme energía para mañana me ha dejado en negativo. Si fuera un jugador del Pro Evolution estaría con la barra en rojo. Estoy tan chafado que no tengo ni fuerzas para dormir. El momento idóneo para dormirme se lo he regalado a Domingo. Lo jodido es que no hay tele y el wifi es menos que una señal de humo. Cuando firme el contrato me pondré una tarifa móvil más potente. Al final va a resultar que las llamadas de las compañías de teléfono me van a solucionar algo. Entre esto y la pantalla hecha trizas… Mañana nos ponemos a las 9:30h, voy a ver si duermo un poco.

Capítulo 1

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