Diario de un futbolista pobre (capítulo 1)

Diario de un futbolista pobre (capítulo 1)
JACINTO ELÁ LIBRO

Durante todo el 2020 voy a publicar todos los capítulos enteros de mi libro «Ulises: diario de un futbolista pobre». Cada semana un capítulo.

Si no puedes esperar el siguiente capítulo, puedes comprar el libro aquí.

#1 «Empieza la marcha»

Lunes, 1 de agosto

Ser un futbolista de la clase media es como ser bailarín y no poder escoger la música”.

He necesitado diez años para darme cuenta de que ser futbolista no es tan chollo como he tratado de imaginar durante la mayor parte de mi carrera. Hasta que no me he llevado unos cuantos palos no he sido consciente de que me he prostituido para conseguir mi sueño de jugar en primera división. Sin éxito. Cuando digo el verbo “prostituir” no me refiero al tipo de prostitución que nos venden en “Pretty woman”; en esa película es todo tan idílico que nos hacen olvidar que un pobre diablo, podrido de dinero y solitario, paga por follar como quien paga por un corte de pelo; el lujo y el poder, convierten a cualquier excéntrico en alguien admirable. El cine tiene mucho que ver en la visión que tenemos de las cosas. Es bien sabido que la mafia copió el estilo de Tony Montana en Scarface, y no al revés; en realidad, el director de la película nunca había visto a un gánster de verdad.

Aunque se trate de un juego, ser futbolista es un trabajo que empieza siendo vocacional, pero allí donde se mueve dinero, la vocación queda enterrada en un monte de ambición. Ocurre con cualquier juego: recuerdo una pelea a puñetazos entre dos compañeros cuando estaba en el Oviedo, fue por una partida de póquer; como en cada viaje, se juntaban los de siempre para echar unas timbas al fondo del autocar, mientras, los demás optábamos por ver una película, dormir o tontear con el teléfono. Cualquier distracción es válida para matar el tiempo mientras estamos encerrados durante horas en nuestra jaula con ruedas. Todos uniformados parecemos presos deportivos que bien podríamos protagonizar la versión moderna de “Evasión o victoria”. El único placer es cuando paramos en alguna estación de servicio -momento en el que convertimos los lavabos en una chimenea-. A principio de temporada el entrenador prohibió el póquer, pero en el segundo desplazamiento largo, levantó la prohibición para evitar ponerse en contra a los veteranos del equipo. Todos los entrenadores intentan mostrar cierta autoridad a principio de temporada, pero acaban pasando por el aro. El futbolista es el único empleado que pasa en cuestión de meses de tener galones de mando a la precariedad laboral de una señora de la limpieza. Todo depende del coste económico que le suponga al club deshacerse de él. Además, el entrenador, cuando los resultados no son positivos, para evitar motines a bordo, necesita complacer al sector fuerte del vestuario si quiere llegar a comerse los turrones. Cuando te pegas viajes de más de cinco horas en autocar, entretenerse es un reto, especialmente en la vuelta cuando se carga con una derrota (he oído casos de equipos que han metido prostitutas en el autocar…cuando han ganado). Bastante condena es pasar todo el fin de semana fuera de casa sin cumplir el objetivo de ganar. Pero lo peor es viajar y no jugar más de 15 minutos; se te queda cara de tonto y la sensación de que tu tiempo no tiene valor para el entrenador. El motivo de la pelea fue porque uno se equivocó contando el dinero al final de la partida de póker. Pero por lo general, nunca pasa nada en los viajes en autocar (es como sentarse en la orilla a ver el mar para conquistar a una chica). A mí nadie me verá enzarzado en una discusión por un juego de estos porque los detesto. Alguna vez he jugado, pero no me apasionan los juegos de azar porque considero que son para perdedores.

Esta mañana, cuando he llegado de entrenar por la zona del cementerio -mi lugar favorito cuando estoy en periodo de entreguerras, que es como defino a la época en la que estoy esperando ofertas- he recibido la llamada de mi representante. Con la brusquedad que le caracteriza, me ha dicho: “Ulises, espabila que nos vamos al Cartagena. Mete las maletas en el coche. Te quiero ahí en menos de 48 horas para firmar” -en otra vida debió ser taquígrafo-. Hace días que tengo el petate preparado para ir a la guerra, estas prisas no son nuevas para mí. En pretemporada no necesito cargar mucho equipaje, lo importante es llevar ganas de trabajar, y de eso voy sobrado.

Antes de seguir quiero aclarar una cosa: no estoy loco. Podría escoger cualquier otro lugar para correr, pero desde hace tiempo, solo correr alrededor del cementerio me calma. Como muchas personas, he sufrido capítulos leves de ansiedad. Especialmente cuando tengo demasiado tiempo para pensar. La incertidumbre a nivel profesional ha sido una de mis peores torturas psicológicas. Me agobia que la gente tenga expectativas tan altas acerca de mí, por eso trato de llevar mis asuntos de la manera más discreta posible. Cualquier equipo al que vayas no parecerá suficiente para los demás. Para ellos parece que no hay fútbol más allá del Barcelona y el Madrid. Con los años (creo que) he dejado atrás la ansiedad, pero nunca se sabe, no es la primera vez que digo estas palabras y luego me las como. Por eso no dejo de admirar a las personas que son capaces de sentarse a ver una puesta de sol sin sentirse atrapadas por el momento. Correr es un buen antídoto para luchar contra la depresión. ¿O acaso alguien cree que la gente corre porque son fans del atletismo? En general solo se ve atletismo cuando hay Juegos Olímpicos, y los que corren no lo hacen para conseguir buenas marcas, sino para huir de la parte que rechazan de sí mismos.

Respecto a mi viaje, Pastrana -mi representante- no vendrá, pero ha dejado todo listo para firmar el contrato. Normalmente viajo conociendo las cantidades, pero esta vez ha sido un tanto precipitado, así que una vez que esté allí, Pastrana cerrará la negociación por teléfono. Estoy tranquilo porque solo quedan unos flecos por concretar. Alrededor de 40000 euros brutos. No está nada mal. Ha sido todo tan repentino que no he podido sugerir ninguna condición especial al contrato. Es un buen equipo, de los que más paga en la categoría. Es el Atlético de Madrid de la categoría de bronce. En estas fechas, Pastrana está ocupado tratando de colocar a su harén de jugadores por toda España. Le llamo “El Amazon” porque te empaqueta y te envía a cualquier lugar en cuestión de 24 horas. Tiene en cartera más jugadores de los que puede atender, la avaricia le supera. Él lo llama ambición, pero es gula.

Aunque actúe como tal, no es mi representante oficial, no existe un contrato escrito entre nosotros, pero nos une una relación que va más allá de la burocracia. Lo nuestro es una relación de conveniencia abiertamente tóxica: nos queremos y nos odiamos. Hay gente a la que aprecias por motivos tan pintorescos como haber compartido momentos malos; una vez superados, la relación acaba siendo inquebrantable, pero eso no significa que sea idílica. Él es quien me metió en el fútbol profesional cuando con apenas 17 años me sacó del Mataró y me llevó al Valencia. Aunque le estoy agradecido, prefería haber ido al Barça o al Espanyol. Aún recuerdo cuando me dijo: “Ulises, estás dando un gran paso en tu carrera. No tengas prisa, te llegará la oportunidad”. No sé si alguna vez la he tenido. Tuvimos muchos encontronazos porque, sin que nadie se lo pidiera, decidió ejercer de padre; acabamos separándonos de manera simbólica cuando dejé el Valencia. Después de tontear con varios representantes impresentables, volví a sus garras hace tres años cuando me rompí los ligamentos jugando en El Marino de Luanco. Mi representante por aquel entonces se desentendió de mí como un cazador de un galgo cojo, mientras que “El Amazon” fue el primero en preocuparse por mí. Cuando me recuperé me metió en un equipo de primera catalana, para luego ir al Lorquí. Por eso digo que en realidad nunca lo hemos dejado. Él siempre ha estado ahí. Seguramente es la persona que más ha creído en mí. He sido su mayor esperanza y su mayor decepción. Somos amigos por razones que se me escapan: al final tienes que fiarte de alguien si lo que quieres es preocuparte únicamente de jugar. Un buen representante lo es por el número de contactos que posee, y Pastrana tiene muchos. La única pega es nuestra poca predisposición para entendernos; no me gusta cómo me dice las cosas, a veces me dan ganas de mandarle a paseo de una patada en el culo. No es necesario ser tan crudo para decirme qué hago mal. Tengo sentimientos, y aunque sean constructivas, hay críticas que duelen. Sin embargo, mis experiencias con otros representantes le dejan -sin hacer nada especial- en muy buen lugar. He tenido representantes que jamás me han preguntado qué es lo que quiero. Aun así, nuestra relación actual se limita a lo profesional, “tengo un equipo, paga tanto, ¿te interesa?, ¿te están pagando?” y poco más. Ni me pregunta por novias, ni por mis padres -a pesar de conocerlos- ni por nada que no tenga que ver con el balón. Las cosas son mejor así. A veces me da la sensación de que se siente en deuda conmigo; si es así preferiría que lo dejáramos, no me gusta dar lástima.

Es el tipo de persona que se pasa todo el día al teléfono, pero a su vez es complicado contactar con él al instante. Su orden a la hora de contestar llamadas va relacionado al beneficio que pueda sacar. Lo que hago muchas veces, es decirle por mensaje que un equipo ha contactado conmigo y no sé qué hacer, entonces me llama de inmediato. Hay dos cosas que le encantan: la carne poco hecha y los contratos cocinados y listos para la firma. Le pago el 10% de mi sueldo en los plazos que mejor me vayan; nada más y nada menos que una mensualidad enterita para “El Amazon”. Además, lo que más me mosquea es que nunca me dice cuánto se lleva por parte del club en cada operación.

Esta última temporada me la he pasado en el Villanueva. La cosa no fue mal del todo, pero no me renovaron a pesar de haber jugado casi todos los partidos en los que estuve disponible -si tuviera que incluir en mi currículo las microlesiones que he sufrido a lo largo de mi carrera, necesitaría un pergamino de más de tres metros-. En más de una ocasión, el entrenador en Villanueva me dijo, en privado, que estaba contento con mi rendimiento, pero imagino que al club le ha salido más rentable reemplazarme con un jugador más joven y que cobre menos. ¡Como si fuese fácil jugar de mediocentro en una categoría tan paleolítica como es la segunda B! La juventud puede ser un plus para los delanteros, pero para un mediocentro lo fundamental es la experiencia. Y no es que yo ganase mucho dinero, pero un chavalín por jugar en segunda B es capaz de hacerlo casi gratis. Teníamos un equipo bastante aseado, pero irregular. Estuvimos en una burbuja de buenismo que nos acabó convirtiendo en la perita en dulce de la categoría. Todo eran buenas palabras hacia nuestro juego. Pero, o nos metían cuatro o metíamos cinco, no había término medio. Al final quedamos séptimos, a seis puntos del cuarto. Llegar a la recta final de la temporada sin nada en juego debe ser como ir a trabajar día tras día a un lugar que detestas. Si de mí hubiera dependido, habría aceptado una renovación a la baja. Incluso estaba dispuesto a perdonar una de las tres mensualidades que aún me deben, pero les he denunciado y ahora me toca esperar a que un juez diga cuando me tienen que pagar.

Ese dinero me hubiese venido de perlas para el verano. Carmen quería ir a Nueva York de vacaciones, pero no es buena idea irse de vacaciones sin tener equipo. El verano es un periodo muy intenso para el futbolista. No lo terminas de disfrutar hasta que estampas la firma que te compromete con un club. A veces eso sucede cuando apenas quedan unos días para empezar la pretemporada o una vez ya empezada. Por suerte siempre tengo a tiro de piedra Ibiza o Cadaqués para una escapada fugaz, aunque este año no hemos podido ir a ninguno de estos paraísos.

En estas categorías la palabra tiene tanto valor como un apretón de manos: cero. Un “sí” se puede convertir en un “no” en menos de lo que canta un gallo. Una vez que te hacen la oferta no te dejan mucho tiempo para responder. En cuestión de horas te obligan a tomar una decisión tan crucial como es elegir en qué ciudad vas a pasar los siguientes diez meses de tu vida. Presión pura y dura. “Bien, piénsatelo y mañana nos dices algo, cuanto antes mejor porque tenemos que cerrar la plantilla”, es el ultimátum habitual. En tiempo récord, intento informarme de la situación del club que me realiza la oferta, pero no vale para nada si no conoces a alguien allí jugando. Si te demoras demasiado no dudan en fichar a otro, y ni se molestan en avisarte. Como un tonto te quedas esperando.

Recibo más llamadas de compañías telefónicas que de equipos. Ojalá recibiera una oferta de un club por cada diez de Movistar o Vodafone. Ahora entiendo porque te quieren “regalar” teléfonos: para llamarte cuando les dé la gana. Tontos no son. Una vez te regalan el terminal les perteneces. Aquí nadie da nada gratis. Te avasallan con ofertas hasta hacerte ceder y aceptar alguna de las promociones que, a la larga, no mejoran la anterior.

Carmen padece en primera persona mi dependencia al IPhone. Siempre paso los veranos con el móvil pegado a la mano esperando la llamada de algún representante comisionista. Este tipo de representante es una especie de salvavidas, porque llegan donde mi representante oficial de turno no alcanza, uno de estos te puede ahorrar semanas de nervios e incertidumbre en verano. Siempre están buscando jugadores a los que colocar, pero nosotros también acudimos a ellos como un drogadicto de clase alta a su camello.

Esta mañana -antes de darme la noticia- “El Amazon” me ha soltado la misma historia de los últimos cinco años: “Si me hubieses hecho caso cuando eras sub-23 no tendrías que estar dando vueltas por equipuchos que no te llegan ni a la suela de los zapatos”. Sé que con 28 años no puedo aspirar a ser jugador de primera división, pero venderme la oferta del Cartagena como si fuese la oportunidad de mi vida, es un insulto.

Puede que Pastrana tenga algo de razón en algunas cosas, aunque también es cierto que he tenido mala suerte con algunos entrenadores, como, por ejemplo, con uno bipolar en el Murcia. Me fichó del Valencia B como si fuese una estrella, pero acabó tratándome como a un perro sin collar. A mitad de temporada me tocó tanto los huevos que pasé de todo. Más de una vez estuve a punto de reventarle la boca, pero me contuve. Me quiso bajar al segundo equipo para coger ritmo, pero le advertí de que el único ritmo que iba a coger era el ritmo de la noche: no le importó y alterné entrenos con el filial, y me vengué saliendo de fiesta los jueves con los universitarios. Supongo que esa fue mi sentencia en Murcia, pero en ese momento no me convenía jugar con el segundo equipo en tercera división. Para mi carrera era mejor no jugar en el primer equipo en segunda división que ser titular en el filial. Siempre mejor cola de león que cabeza de ratón. Quizás me equivoqué, pero lo volvería a hacer. Confiaba en que en un momento u otro acabara teniendo mi oportunidad. Contra su voluntad me quedé en el primer equipo como un apestado. Solo jugué cuando me necesitó. Cuando digo “necesitar” me refiero a hacerme jugar solo cuando había tantos lesionados que el vestuario parecía un hospital militar en plena guerra de Vietnam.

A Pastrana, mi actitud le sentó como una patada en los huevos, y no dio la cara por mí de la manera que me hubiera gustado. “Ulises, si te comportas como un niño no cuentes conmigo”, me dijo durante una acalorada discusión cuando fui apartado del equipo durante una semana. Debió haberme asesorado en una situación como aquella, en lugar de hundirme con su falta de empatía. Para más inri, mi padre se puso de su parte. Fue duro encontrarme tan desprotegido en mi primer año fuera de la disciplina del Valencia.

Esta buena noticia queda empañada por el descontento de mi novia, Carmen. Sigue sin entender que buscar equipo no es tan sencillo como ingresar en Infojobs, es más limitado. En un portal de empleo puedes inscribirte en varias ofertas sin que tengan nada que ver la una con la otra. Sin embargo, yo solo puedo aspirar a ofrecerme como futbolista. Podría ofrecerme como utillero, pero no es tan sencillo como puede parecer, además, ser futbolista es una profesión que solo se puede ejercer durante una etapa de la vida concreta y sin interrupciones prolongadas. Un cantante se puede retirar y volver todas las veces que quiera, pero nosotros no. Y tampoco puedes ser un año futbolista, otro transportista, otro camarero. Ni como masajista podría ofertarme, se necesitan estudios y conocimiento, y yo estudiando no me veo. No contemplo esa posibilidad.

Desde que salí de Valencia nunca he conseguido quedarme dos años en el mismo equipo. Si no se consigue el ascenso de categoría sé que tengo que hacer las maletas. Aunque, basándome en mi rendimiento, siempre tengo la esperanza de quedarme un año más. El problema es que los equipos de segunda B y tercera son asiduos a las renovaciones masivas de plantilla. Todo lo contrario que las empresas. Se supone que cuanto más tiempo esté un jugador en un club, mejor rendirá. Sin embargo, para los dirigentes, cambiar de jugadores es como recoger el tablero de ajedrez y poner fichas nuevas. De ahí mi pesimismo. Por eso digo que los futbolistas somos mercancía, pero la gente se me suele echar encima porque no consigo explicar a qué me refiero cuando utilizo ese término. Hay gente que cree que somos unos privilegiados porque dan por hecho que todos somos lo que ven en los medios, que es a los jugadores del Barcelona y del Madrid.

En otro orden de cosas, he estado mirando en Internet cuánto se tarda de Barcelona a Cartagena en coche, en bus y en tren para decírselo a Carmen. Ella está estudiando Criminología -segunda carrera después de haber hecho psicología- en la Universidad de Barcelona, pero vive en Mataró, como yo. Lo nuestro empezó hace tres años gracias a mi prima Carol. Nos conocimos en condiciones excepcionales, ya que después de muchos años estaba en casa, recuperándome de la lesión de ligamentos. Desde que me fui a Valencia con 17 años no había estado tanto tiempo en Mataró. Mi prima me llevaba a la rehabilitación en Barcelona tres días a la semana aprovechando que la clínica no quedaba muy lejos de su estudio. Luego yo la esperaba en una cafetería o de compras hasta que salía a las 15h. Es diseñadora de interiores.

Carmen se alegrará de que haya encontrado equipo, aunque suponga la consolidación de nuestra unión como una relación a distancia. La temporada pasada cuando fui a Villanueva, le costó hacerse a la idea después de tenerlo casi hecho con el Sabadell en segunda B. Fantaseó durante unos días con la posibilidad de vernos a diario y ser una pareja normal, incluso vivir juntos. Yo, en cambio, estaba ilusionado porque iba a un club con pasta fresca sobre la mesa. El ayuntamiento se propuso poner al pueblo en el mapa mediante el equipo de fútbol. Había un proyecto muy ambicioso. Para mí era una buena oportunidad para remontar el vuelo. “El Amazon” me dijo que si me salían bien las cosas había bastantes posibilidades para fichar por el Huesca. Esos, tarde o temprano, van a subir a segunda A. Por lo visto el entrenador había jugado con “El Amazon” en algún sitio. Lo que no me cuadraba es que tuviese que pasar por el Villanueva para ir al Huesca. No me lo dejó muy claro. Cuando hablamos por teléfono siempre está en medio de algo, toca todos los temas de manera superficial y nunca los retoma. Cuando días más tarde le pides que acabe de explicarlo no se acuerda. Es como si se lo inventase todo. Es todo un personaje. Creo que por eso nunca hemos llegado a ser lo que se dice amigos. Es demasiado enigmático, parece que siempre tiene prisa. No me fío de la gente que siempre tiene prisa o siempre llega tarde.

Como he dicho antes, el verano es la época más estresante para mí. No tener equipo es lo más parecido a navegar sin rumbo. Incluso he llegado a pensar en buscar algún trabajo. Es algo que no le he dicho ni a Carmen. Todavía lo veo lejos. Comentárselo a alguien sería como dar a entender que estoy dispuesto a tirar la toalla al sentir una brisa que anuncia tempestad. He vivido tantas cosas que estoy acostumbrado a ajustar las velas y navegar. No soy marinero de agua dulce, soy un pirata, soy Ulises Cruz Campos.

Capítulo 2

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