Cómo me timaron 300€ el día de los inocentes

Cómo me timaron 300€ el día de los inocentes

Navidades 2003. Southampton.

Como muchos días durante esas navidades, en las que decidí no volver a casa para recuperarme de una lesión, fui con mi compañero Agustín Delgado a comer al bar de Sotiris. Ya habíamos entrenado, no teníamos mucho más que hacer hasta la noche, por lo que nuestras sobremesas eran largas. Veíamos entrar y salir gente del bar como si fuésemos parte del mobiliario. La cuestión era no volver a la soledad de nuestros apartamentos.

Para mí era uno de los mejores momentos del día porque ahí hablábamos todo el rato en español. Cosa que no podíamos hacer en el vestuario porque algunos podían creer que nos estábamos burlando de ellos -y muchas veces no era así-. En ese momento del día éramos lo más parecido a lo que conocían nuestros amigos y familiares.

Veíamos entrar y salir a los clientes. Comían lento pero se iban rápido. Siempre venía gente cansada. Cansados como nosotros. Acabábamos más agotados de vivir en una lengua ajena que de entrenar. En el Bar de Sotiris espatarrábamos nuestros cerebros. Podíamos hablar sin pensar cómo se dicen una palabra o cómo se construía una frase.

Dejábamos de ser futbolistas para ser personas que juegan a fútbol un par de horas al día. Nuestras sobremesas no tenían una hora concreta de finalización; cuando ya no teníamos más que decir, recogíamos el neceser y para casa. Aunque durante las navidades intentábamos vernos también de noche para tomar algo.



Esa tarde del 27 o 28 de diciembre de 2003, un italiano entró en el bar de Sotiris. Se pidió un café. En cuanto vio un hueco se entrometió en nuestra conversación. Era italiano, pero tenía nociones de español. Nuestra debilidad en Southampton era que nos hablasen en español.

Entre bromas y preguntas «inocentes» llegó el momento de confesarse: «Soy camionero. He entregado un cargamento de cámaras de fotos y video. Me voy esta noche con el camión, pero me han sobrado unas cámaras que os puedo dejar a muy buen precio».

Después de un breve regateo -porque cuando crees que tienes dinero no pierdes el tiempo ahorrándote unos euros- llegamos a un trato: 300 libras cada cámara.

No teníamos el dinero en mano, así que fuimos a un cajero a sacar efectivo. Volvimos al bar y le hicimos entrega. Antes le pedimos que nos la vuelva a enseñar. Una mini cámara Sony preciosa. Nos entregó una a cada uno perfectamente empaquetada y casi sin dar tiempo a darle un abrazo se fue. Tenía prisa (evidentemente).

Teníamos las cámaras en las manos. Pero había algo extraño: pesaban menos que las que nos mostró. No lo queríamos creer. Nos miramos y… nos partimos de risa. El cabrón del italiano nos había timado con una facilidad pasmosa. En lugar de enfadarnos, de alguna manera agradecimos ese timo, nos permitió romper con la monotonía del afternoon inglés. Teníamos algo que contar.

Eso sí, dejé que pasaran años para explicarle esta anécdota a otra persona. Por muy divertida que me pareciera en el momento, no fueron pocas las veces en las que soñé con estrangular al camionero italiano.

Mis libros no habrían sido posibles sin experiencias como esta. EI libro «Mentor: las 6 motivaciones fundamentales de las personas» está disponible. 👇🏾👇🏾👇🏾👇🏾

Te recomiendo leer Navidad a la griega en Southampton

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