Entrenando al portero del cadete, encadené una racha endiablada de tiros a la escuadra. De esas rachas que, incluso en mis mejores días, no hubiera imaginado. El balón parecía buscar el ángulo por sí solo, con una precisión casi mágica.
Solo recuerdo un nivel de puntería parecido en mis tardes solitarias en Southampton. Me quedaba una hora más después de que todos se iban, con el eco del balón rompiendo el silencio y la compañía impasible de los maniquíes que simulan barreras en los lanzamientos de falta.
Celebraba cada gol como David Beckham al marcar el gol contra que clasificaba a Inglaterra para el mundial de Korea y Japón. Tenía 19 años. Era un niño. Y los niños deben jugar. Yo nunca jugaba en el Southampton.
Lograba encadenar rachas de 7/10, todas clavadas en la misma escuadra. Quizá nadie lo vio, pero yo sabía lo que valía. No lo hacía por los demás, lo hacía por mí. Era mi manera de demostrarme que, aunque ya no jugara, seguía siendo igual de bueno. Quizá incluso mejor, aunque nadie lo supiera.
Una curiosidad de la vidaNunca volví a ser tan efectivo como en aquellos días. Sin embargo, es curioso cómo funciona la vida: ahora, con 42 años y la vista ya no tan fina, tengo más puntería que nunca.
Quizá sea cuestión de experiencia. O tal vez, de aprender a compensar las carencias con calma y precisión. Antes disparaba con instinto, ahora lo hago con propósito. Y, quién lo diría, el ángulo sigue siendo mío.
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Como haces ahora que un niño pueda estar 1h chutando faltas, después del entreno? Imposible. No hay Medios O no te dejan!!!!
La única manera es yendo al campo cuando no entrene nadie. Como entrenador les dejo algunos días unos 10 minutos para que machaquen a los porteros.