«Soy un entrenador de músicos»: Una Filosofía del Fútbol Formativo
Durante un año trabajando en una orquesta infantil de percusión, descubrí una verdad que ha definido mi enfoque como entrenador de fútbol formativo. Observando a los niños y sus profesores, entendí que no les enseñaban para ser músicos profesionales, sino para disfrutar de la música.
El aprendizaje era un vehículo para el disfrute, no para la profesionalización. Este mismo principio lo aplico como entrenador: enseño a los niños a disfrutar del fútbol.
Los años formativos son los más gratificantes en cualquier disciplina. Sin embargo, es difícil disfrutar de ellos al 100%, porque siempre hay un objetivo futuro que nos impide centrarnos en el presente. Para contrarrestar esto, no hablo de la próxima partida ni del pasado. Me enfoco en lo que hacemos hoy. Los niños, por naturaleza, viven en el presente, y no necesitan que los adultos les proyectemos hacia el futuro.
Gestionar la presión externa, sobre todo de los padres, puede ser complicado. Por eso, bajo las expectativas desde el inicio. Les explico que, más que mejorar en aspectos técnicos, sus hijos desarrollarán habilidades conductuales, capacidad de esfuerzo y valores que aplicarán en su vida cotidiana. La mayoría de los padres son sensatos y saben cuándo su hijo es un fenómeno o simplemente un niño jugando. Al final, lo que más les importa es que se diviertan.
El fútbol, como cualquier deporte de equipo, tiene sus retos. Uno de ellos es mantener el equilibrio entre los jugadores más habilidosos y los que están en proceso de desarrollo. En mis entrenamientos, hago equipos equilibrados para enfrentar desafíos en distintos niveles. A los más habilidosos les pido que colaboren y ayuden a sus compañeros menos avanzados, reconociendo su esfuerzo cada vez que lo hacen. Esto ayuda a crear armonía y a que todos vengan a entrenar con ilusión.Si un jugador más habilidoso no quiere colaborar o se impacienta, le dejo claro que en un equipo nadie puede hacerlo todo solo. A veces hay que repetirlo de diferentes maneras, pero siempre se refuerza la idea de que el equipo es lo primero. Además, busco que los jugadores piensen y tomen decisiones por sí mismos, en lugar de depender de mi dirección en cada jugada. Si, por ejemplo, un portero me mira esperando una orden sobre dónde sacar, me doy la vuelta y le digo que decida él mismo. La toma de decisiones es una responsabilidad que les otorga libertad.
Creo que la tecnología puede tener un lugar en el deporte, pero prefiero no abusar de ella. Utilizar demasiadas herramientas externas, como grabar todos los partidos, podría debilitar nuestra capacidad de análisis en tiempo real, tanto en entrenadores como en jugadores. El fútbol es un deporte muy instintivo, y si damos todo el trabajo hecho al jugador, le restamos capacidad de improvisación y creatividad. Prefiero desarrollar mi intuición y la de mis jugadores, aunque implique esperar ese «momento eureka», cuando todo encaja y entendemos una situación en su totalidad.
Parte de mi enfoque para cultivar esa autonomía en los niños es darles pequeñas responsabilidades fuera del campo, como recoger el material o encargarse de su vestimenta. Estas tareas diarias fomentan la disciplina y la independencia, lo que les servirá no solo en el fútbol, sino en su vida cotidiana. Los niños suelen asumir estas responsabilidades con agrado, porque al final, todos queremos sentirnos útiles.
No exalto las victorias ni dramatizo las derrotas. Si ganamos, siempre hay cosas por mejorar, y si perdemos, siempre hay algo positivo que rescatar. Es importante que los niños comprendan que el resultado no lo es todo. Mi objetivo principal no es formar máquinas de ganar, sino personas resilientes, capaces de gestionar tanto las alegrías como las decepciones. El fútbol es un contexto único en el que en 60 o 90 minutos se experimentan una gama de emociones que pocos aspectos de la vida pueden ofrecer.
Al final del día, entiendo que soy un referente para mis jugadores, y asumo esa responsabilidad. Me analizo constantemente, buscando la excelencia, pero sin castigarme. Actúo como si siempre estuviera siendo evaluado, pero sin presión, porque busco no solo formar buenos jugadores, sino buenas personas.