El fútbol ha aportado numerosos beneficios a mi vida. Pero el más significativo radica en aprender a caer y levantarse. No hablo de un discurso filosófico, sino de la simple acción de tropezar y levantarse.
Practicar cualquier deporte, en mi caso el fútbol, fortalece el cuerpo y me acostumbra a las caídas. Cierto es que el riesgo de lesión es alto, por lo que trabajar fuerza (sin machacarse) es un complemento ideal.
El problema surge al abandonar la práctica de cualquier actividad física medianamente. Andar tiene la misma exigencia física que respirar. Pero cuando alguna de estas dos funciones nos fallan lo pasamos mal.
Con la falta de actividad física exigente, cualquier tropiezo se convierte en un drama. Afortunadamente, continúo jugando al fútbol. Gracias a ello reduzco (a la vez que aumento) el riesgo de romperme un hueso por una caída tonta.
Todavía tengo la fortuna de experimentar esos tropiezos mientras juego fútbol con mis viejos compañeros. Hay semanas mejores o peores, pero me levanto.