En mis entrenamientos, trato de valorar a cada niño en sus justas medidas. Esto significa quitarme expectativas preconcebidas y entender que cada uno tiene su propio proceso madurativo. Mi objetivo no es comparar, sino crear un ambiente en el que todos se sientan valorados por su esfuerzo y contribución, independientemente de su nivel inicial.
Algo que intento inculcar es que el talento puede ser individual, pero cuando lo ponemos al servicio del equipo, todos crecemos de manera exponencial. Los niños más talentosos deben aprender que su habilidad puede potenciar a los demás, mientras que aquellos que tienen más dificultades deben comprender que su esfuerzo es igual de valioso y necesario.
Cuando cada jugador valora tanto su propio esfuerzo como el de sus compañeros, el grupo se fortalece y el equipo progresa en conjunto. En este entorno, el crecimiento no es solo técnico o físico, sino también humano.
¿Qué papel juega la comunicación en tu relación con los niños que entrenas, y cómo te aseguras de que sea efectiva?