Para que entiendas la burbuja del fútbol (1): El Argentino

Para que entiendas la burbuja del fútbol (1): El Argentino

Desde antes de cobrar mi primer sueldo como futbolista ya había escuchado eso de La burbuja del fútbol. Hay muchas definiciones, la más extendida es la que se refiere a las enormes cantidades que se mueven en el mundo del fútbol, pero de eso no voy a hablar en esta serie de 3 artículos titulada «Para que entiendas la burbuja del fútbol».

La burbuja en la que se mueve el futbolista no la defino como negativa, sino como necesaria para mantenerse en la élite. Por muy campechano que nos parezcan los Casillas, Iniesta o Joaquín, viven en la burbuja del fútbol porque son futbolistas, nada más y nada menos. Neymar no es el único.

Es imposible que Casillas pueda vivir fuera de la burbuja del fútbol porque allá dónde va es reconocido, odiado y sobre todo amado. Está emparejado con una presentadora de televisión, es amigo de periodistas, empresarios, los políticos se mueren por estrecharle la mano. Por muy consciente que uno sea es inevitable vivir fuera de la burbuja; es la propia sociedad quien no le deja ser normal (él tampoco quiere).

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Iniesta es el jugador que más es puesto como ejemplo de discreción. Incluso se ha llegado a decir que si hubiera sido más mediático habría ganado algún balón de oro. Un argumento que no se sostiene por ningún lado. Iniesta es uno de los jugadores que ha hecho más anuncios (La Caixa, Kalise, Dormity, Nissan, etc. Mediático lo es un rato, y gracias a su fútbol.

Incluso el más humilde de los jugadores está dentro de la burbuja del fútbol, las ventajas son suculentas, ¿Quién no aceptaría cobrar entre 3000 y 30000 euros por un solo tuit? Ellos sí. Pero burbuja del fútbol no siempre se refiere a grandes sumas de dinero. Aquí va un ejemplo: «El Argentino».

El Argentino que me vendió un traje

Año 2004, Southampton, yo tenía 21 años. Como cada tarde, solía dar una vuelta por el centro comercial con un compañero de equipo, concretamente con Agustín Delgado. No hacíamos nada del otro mundo; nos tomábamos algún café, compra en el super, tiendas de ropa. Pero no quedábamos expresamente para ir a comprar ropa, prefiero ir solo. Aun así nos parábamos en la tienda de un argentino. Era un establecimiento «top», con marcas como Hugo Boss, Calvin Klein, Armani… y un montón de marcas caras que jamás he vuelto a ver.

El hecho de hablar con alguien en español nos empujaba a su tienda como las melodías del flautista de Hamelin a las ratas al río. Muchas veces no comprábamos nada, pero pasábamos buenos ratos charlando con el Argentino. Le solíamos regalar entradas para los partidos de la Premier, y nos la agradecía con suculentos descuentos.

Agustín compraba más que yo. El Argentino le enchufaba ropa más fea que cara -que ya es decir-. Como iba sobrado de dinero yo no me metía, aunque alguna vez le recomendé no comprar alguna prenda (Agustín tenía 9 años más que yo, para él yo era su hermanito sin más). Recuerdo que una vez me compré una camiseta Cavalli por hacer un favor…un favor de 75 euros. La maldita camiseta me costó un dineral, encima las primeras de cambio amarilleó porque nunca supe sacar una colada de ropa blanca como en el anuncio de Ariel.

Un día que fui sin Agustín, cuando me quedaba poco para dejar el club, se me ocurrió comprar algo por última vez tras dos años visitando la tienda y comprando lo más barato. Pues el tipo me sacó un traje de Calvin Klein. Era bonito. Me lo probé y me quedaba como a esos presentadores de los años 90 que llevaban el traje un par de tallas más grande. El Argentino no dudó en ofrecerse para tomarme las medidas y hacer los ajustes correspondientes.

A los pocos días ya estaba hecho. 300 euros me gasté en un traje a pesar de nunca llevar traje. Vuelvo recordar que tenía 21 años. Me gustó como me quedaba aunque apenas me miré en el espejo. Detesto probarme ropa que esté planchada y tejanos. Me lo llevé sin saber cuándo lo iba a estrenar.

Ese momento fue en Barcelona, no sé a dónde iba, pero me puse el traje. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me fijé en las etiquetas y ninguna era oficial de Calvin Klein, de hecho solo en una ponía Calvin Klein. A saber qué marca era. El tipo me había tratado como se suele tratar a los futbolistas en las tiendas caras: como memos.

Situaciones como esta hacen que los futbolistas sean desconfiados y se rodeen de gente de confianza, que quizás también les mangonean, pero al menos con un control. Clic para tuitear

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