No sé cuántas veces he oído a entrenadores soltar eso de que los padres creen que sus hijos son el nuevo Messi. Si tanto se dice, a lo mejor es cierto… o quizá solo es una frase reciclada para rellenar conversaciones de vestuario mientras se finge interés en el calentamiento.
Curiosamente, en las escuelas no escucho a los profesores decir que los padres piensan que su hijo es el próximo Albert Einstein. No. Lo que más se oye es el clásico: «cree que su hijo es un angelito». O sea, Messi en la cancha y querubín en casa. Qué conveniente.
Pero, a todo esto, ¿por qué siempre Messi? ¿Por qué nunca Cristiano Ronaldo? ¿Por qué no Maradona con un poco de épica y descontrol? No tengo la respuesta, pero ahí lo dejo.
He hablado con muchos padres de niños que juegan al fútbol y, sorpresa, ninguno me ha dado la impresión de estar esperando el próximo Balón de Oro en su salón. Ni siquiera creen que su hijo vaya a ser profesional. La mayoría solo disfruta viendo a sus críos ir a entrenar felices, sudar un rato y volver a casa agotados pero sonrientes. Y para eso estamos los entrenadores.
Claro, hay excepciones. Algún padre perdido en una fantasía húmeda con la idea de que su hijo será la portada de FIFA 2040, pero son los menos. Ahora, lo que sí abunda más de lo que debería son aquellos que, más que esperar que su hijo sea Messi, aprovechan el partido para convertirse en ultrasur. En ultras de pacotilla. Durante esos 60 minutos se transforman en gladiadores de grada, vociferando como si la vida les fuera en ello, ladrando contra el árbitro, exigiendo justicia en cada falta, en cada fuera de juego, en cada córner mal pitado. Lo curioso es que esa rabia se les olvida en el día a día, cuando toca enfrentarse a injusticias de verdad. Ahí, en la vida real, agachan la cabeza, pagan la hipoteca y siguen con su rutina sin rechistar. Pero eh, que el penalti mal señalado en el partido de su hijo es la gran batalla que están dispuestos a librar.
Lo fácil es meter a todos los padres en el saco de los «insoportables» y ponerse uno mismo en el pedestal del entrenador sabio y sufrido. Pero yo, al contrario que muchos colegas de banquillo, veo a los padres como aliados, no como villanos de una película mala. ¿Que hay conflictos? Pues claro. Es parte del contrato social, no una maldición exclusiva del fútbol base. Y ojo, los entrenadores también nos equivocamos. Quien diga lo contrario miente o nunca ha dirigido un equipo infantil un sábado a las 9 de la mañana con resaca.
Papá no espera que su hijo sea Messi. Papá solo quiere que el niño se emocione y disfrute. Que corra, que sueñe, que se caiga y se levante.
Los medios, eso sí, tienen su parte en esta historia de expectativas infladas… pero de eso hablaremos en el siguiente capítulo.
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