En el fútbol, la mayor parte del tiempo se juega sin balón.
Eso que ocurre mientras no tienes la pelota entre los pies —ese desplazarse, abrir espacios, tapar líneas, ofrecerse— es quizás lo más honesto y revelador del jugador.
Ahí no hay fuegos artificiales.No hay gol ni regate.Pero sí hay inteligencia, entrega, generosidad.
También fuera del campo
Fuera del campo, también vivimos así.Escribimos durante años para un libro que aún no existe.
Cuidamos el ambiente de trabajo sin necesidad de imponer presencia.Pensamos, leemos, escuchamos, imaginamos… sin que nadie lo note.
Y sin embargo, algo en nosotros mejora.
Lo que no se ve, pero sostiene
El movimiento sin balón no se aplaude, pero se siente.
No es espectáculo, es sustancia. Es lo que hace que un equipo funcione. Que una obra madure. Que una persona crezca.
¿Cómo se entrena lo invisible?
No hay teoría suficiente. Se entrena haciéndolo. Una y otra vez. Sin depender del aplauso, sin esperar que alguien nos mire.
Porque si uno puede hacerlo bien, ¿por qué hacerlo mal?
Es en esos momentos invisibles donde se maceran las ideas,donde se afina la intuición,donde la escritura respira…aunque aún no haya palabras.
Una historia en la cancha
Hace unos días, jugando con mis alevines, uno de los chicos hizo un par de jugadas que él no valoró.
Un desmarque que arrastró a dos defensas y liberó un espacio para que entrara un compañero.Y una prolongación de primeras, casi sin tocar el balón, que permitió la aparición de un tercer hombre.
Para él, eso no contaba. Porque le gusta regatear, conducir, tener el balón pegado al pie. Pero al día siguiente se lo señalé: eso también es jugar bien. Eso también construye el juego.
Lo que damos, aunque no brille
Es importante que lo sepan. Que lo sepamos todos. Que lo que damos, aunque no brille, sostiene.