Apenas llevaba unas semanas con la profesora de inglés particular -llamémosla Andrea- cuando empezaba a notar una ligera, mejoría en mi limitado dominio del inglés. Venía un par de veces a la semana y me dejaba suficiente faena para que los días no se hicieran tan largos. Por el mes de octubre, en Southampton, la noche asomaba a eso de las cinco de la tarde provocándome cierta angustia. A esas horas, con 19 años, en Barcelona no estaría pensando en la cena. No era fácil acoplarse. Tenía dinero, pero el sol no lo podía comprar.
Un día me llamó la secretaría del club para decirme que me cambiaban de profesora -no sé el motivo porque no entendía todo lo que me decían-, dije «ok». No sé porqué pero imaginé que sería una chica no muy por encima de los 30 años, del estilo de Andrea. «Estará allí a las 15h», me dijeron -eso lo entendí.
Esperé en la cocina con todo preparado sobre la única mesa de la casa que nos servía para trabajar. Desde la ventana podía ver la entrada de la casa y el parking. Como no tenía nada más que hacer porque ya había mirado el Marca y la web de la Cadena SER, observé el exterior como hacía mi abuela la única vez que estuvo en Barcelona.
Poco antes de las 15h llegó un coche gris familiar y se paró en la puerta. Del asiento del copiloto bajó una señora de unos 55 años. Grité interiormente: «oh,no!!». Con un poco de suerte iba a otro apartamento. El coche no se movió mientras la señora se dirigía a tocar un timbre. Ya no la veía. Cerré los ojos. «peeeeeeeeeeeeee», estaba llamando a mi casa. Era mi profesora. Abrí.
La esperé con la puerta abierta de par en par y una sonrisa que rozaba el llanto. Desde el inicio me pareció una señora muy agradable, pero cuando empezó a hablar me derretí: hablaba como si yo supiera inglés. Se me cruzaban las neuronas tratando de entender. Después de toda la mañana descifrando el inglés brusco que se habla en el campo de fútbol me encuentro con esa buena señora traída de la Inglaterra del siglo XIX.
Esa primera clase fue un piedra más en mi adaptación al fútbol inglés. No por ella, sino porque no era lo que yo esperaba. Me pareció encantadora, tomamos té, su inglés era maravilloso (ahora lo aprecio) pero… Cuando se fue me hundí en el sofá, encendí la PlayStation pero no tuve ni la fuerza ni el ánimo para echar una partida al GTA. Me atormentaba solo de pensar que el miércoles volvía a tener clase con «La Señora Doubfire».
Esta historia no está en mi libro, pero sí lo que aprendí.