Como ya comenté en entradas anteriores, aprender inglés fue una de las principales batallas a las que me enfrenté en mi camino hacia el debut -que nunca llegó- en la liga inglesa. Fue una batalla diferente a lo que se entiende como tal comúnmente; al principio la ansiedad por aprender aspectos específicos del idioma me bloqueó hasta el punto de no abrir a la profesora de inglés cuando venía a casa: Pánico.
Pasada esa fase, sin profesora, me dediqué a buscarme la vida para aprender inglés. Un diccionario de cerca de mil páginas permanecía en la mesa de la cocina dispuesto a socorrerme cuando la necesitara. Por aquel entonces los móviles no hacían ni fotos, mucho menos traducir. Me convertí en un obseso del lenguaje. Como me sobraba tiempo no dudaba en consultar cualquier palabra que me aparecía en el best seller que estaba leyendo en ese momento. Apuntaba la palabra en una libreta esas que tienen el diccionario en los bordes. Apuntaba las palabras sabiendo que no las iba a consultar. Esta segunda fase de mi aprendizaje se basó en la rendición: las palabras entraban en mí como el agua del í desemboca en el mar.
No me daba cuenta, pero mi inglés mejoraba. Nunca se tiene la sensación de que se domina un idioma por mucho que otros traten de convencerte. Era consciente de que me podía comunicar, pero de manera muy limitada, creándose en mí sensación de impotencia verbal. Por muchas horas de conversación que tengas con un nativo nunca te vas a ver «a la altura». Pero hay un momento clave en el que tus avances salen a la luz: cuando entiendes una película entera en el cine.
A mí me pasó viendo Ali, de Will Smith. Era sábado por la tarde y quería hacer algo diferente a lo habitual ya que el equipo jugaba fuera y hasta la noche no tenía planes. Como tenía el cine a escasos 150 metros, fui a la sesión de las 16h más o menos. Entré sin ningún complejo, totalmente rendido, entregado. Durante los primeros minutos no pude evitar fruncir el ceño para evitar dejar escapar las palabras, pero cuando acabó la película me di cuenta de que había estado relajado la mayor parte de la película, y lo que era mejor: no tuve la sensación haber perdido el hilo en ningún momento. Incluso disfruté e los comentarios más cómicos de Ali.
Ese momento mágico me armó de confianza, y no dejé de cultivarlo a pesar de que mi principal batalla era en el césped, y ahí no pensaba rendirme…