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El precio de la voz en el fútbol

    Cuando pierdes la voz, pierdes algo más que sonido: te conviertes en la mitad de ti mismo. Al menos, así lo siento yo. Durante los últimos años, he atravesado periodos de afonía con la llegada del frío, y aunque a simple vista pueda parecer una molestia menor, para mí ha sido una barrera invisible pero profundamente limitante.

    No es solo el esfuerzo de hablar con dificultad, sino la sensación de estar desconectado del mundo. Me veo evitando participar en conversaciones, respondiendo con monosílabos, sintiéndome más irritable sin motivo aparente. Y lo peor es que los demás apenas lo notan. Bueno, en casa sí , porque en casa nos rendimos y mostramos nuestro verdadero estado de ánimo. Para el resto, sigo siendo el mismo. Pero yo sé que no lo soy.

    Recuperar la voz siempre es un alivio, aunque con el tiempo he aprendido a no confiar demasiado en su regreso. Sé que en cualquier momento puede fallarme de nuevo. No recuerdo exactamente cuándo la perdí por primera vez, pero sí dónde: en el campo de fútbol.

    Ser entrenador exige más que conocimiento y estrategia; exige presencia, energía, dirección. Y todo eso se transmite con la voz. Perderla significa perder autoridad, perder conexión con los jugadores, perder la capacidad de influir en el juego y en las personas que confían en ti. Enfrentarme a esa realidad me ha hecho replantear muchas cosas, especialmente el precio que estoy pagando por seguir en esto.

    Tal vez la afonía no sea solo un problema físico, sino un mensaje. Un recordatorio de que la voz no es infinita y que, si la malgastas sin cuidado, puedes quedarte sin ella en los momentos más importantes.

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