Todos están babeando por los goles de falta. Que si el obús quirúrgico de Declan Rice, que si el segundo que curvó como si la pelota estuviera enamorada del ángulo. Sí, fueron lindos. Como postales antes del apocalipsis. Pero si solo te quedas con los goles, te estás perdiendo lo esencial: el Arsenal no ganó, el Arsenal humilló bailando.
Esto no fue un partido, fue una clase de boxeo con banda sonora de jazz. El Arsenal era Mohamed Ali disfrazado de equipo de fútbol: flotando como mariposa, picando como abeja, y el Madrid… el Madrid era Tyson cuando se le acababan las pastillas y solo le quedaba la furia mal dirigida. Lanzaban amenazas como quien tira piedras a la luna: con fe pero sin destino.
Los goles de Rice fueron apenas la firma al final del poema. Merino puso el punto final, con ese gol que parecía más una burla a lo tosco, precisión. Pero lo que de verdad dolía era lo que pasaba entre área y área: un Arsenal que no corría, deslizaba. Que no presionaba, asfixiaba con una sonrisa.
El Madrid, mientras tanto, parecía un toro sin matador. Mucha amenaza silenciada por el dominio del balón de los gunners. Atacaban a través de la inspiración, pero no estaban lúcidos. Porque no estaban perdiendo contra un equipo, estaban siendo desarmados por una sinfonía.
Así que sí, aplaudid los tiros libres de Declan Rice. Pero si no viste cómo el Arsenal convirtió un partido en un ballet con puñetazos, entonces te perdiste la verdadera masacre.
