Contaba chistes antes de los partidos para rendir mejor

Contar un chiste antes de cada partido nos mantenía vivos en la temporada 2007/2008 cuando recalé en la Fundación Logroñés. Un club sin cantera, sin fundamentos, sin dinero. Pero esto último no lo supe hasta que dejaron de pagarme al mes y medio. Estuvimos prácticamente 5 meses sin cobrar. Sin embargo, teníamos que seguir compitiendo contra nuestra voluntad, pero por nuestro bien. Era difícil ir a entrenar en una situación tan precaria, pero a pesar de estar en Tercera División todavía me sentía futbolista.

Inestabilidad económica en el club, ambiente más que aceptable en el vestuario. Aunque corríamos el riesgo de que el equipo se partiera en mil pedazos en cualquier momento, ya que había jugadores que tenían otro trabajo al margen del club y no dependían de éste.

El día a día en casa era una prueba de imaginación para soportar la soledad y se complicaba mucho más porque entrenamos a las siete de la tarde, lo cual quiere decir que teníamos todo el día libre para comernos la cabeza.

Ya llevaba unos años recalando en equipos con problemas económicos, para mí no era ninguna novedad vivir situaciones incómodas, aunque no me acostumbraba a ello. En esa etapa lo que más temía era cómo lo podrían llevar mis compañeros. Para mí lo más importante era jugar para encontrar algo mejor la siguiente temporada. Así que de un día para otro decidí contar un chiste inmediatamente después del calentamiento previo a cada partido.

El día antes me metía en internet para encontrar algún chiste corto que fuese extremadamente gracioso o lamentable. El efecto era el mismo.

Calentábamos bajo la orden del preparador físico, escuchábamos la charla del entrenador y justo antes de iniciar el partido nos reuníamos en el centro del campo y yo contaba un chiste. Imagino que el público pensaba que estaba soltando un discursito motivador. Pero nada de eso. Soltaba perlas como la siguiente aprovechando que yo soy catalán:

¿Por qué los catalanes no utilizan nevera? Porque no están seguros de que la bombilla se apague cuando la cierran.

Ahora lo pienso y me doy cuenta de que corría un riesgo enorme de no hacer gracia, pero mi confianza era tal para animar a ese grupo que no barajaba la opción de fracasar con mi chiste semanal. De hecho, antes del partido esperaban mi chiste como un parado cobrar el día 10.

Años más tarde me he dado cuenta de que contaba chistes para mantener el buen ambiente en el equipo y quitarles tensión antes de los partidos. Estaba siendo egoísta, necesitaba estar rodeado de gente alegre que lo diera todo por la misma causa. El hecho de jugar gratis era una losa demasiado grande para jugadores que no aspiraban a vivir del fútbol, así que opté por este truco tan sencillo, me vestí de payaso a pesar de no tener ganas de reír.

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