Cómo mi compromiso futbolístico me fastidió dos conciertos

Cómo  mi compromiso futbolístico me fastidió dos conciertos

Cuando se es futbolista la mayor parte de la energía está en todo lo relacionado a la profesión. Es tal la inseguridad laboral, debida a la evaluación semanal del rendimiento, que uno tiende a cuidar su profesión por encima de todo. Yo no era diferente al resto de futbolistas, aun así, intentaba hacer cosas más allá de salir a cenar con mi pareja. Nada especial, tampoco voy a hacerme el detallista.

En mis peores años del fútbol me aficioné a ir a conciertos. Supongo que era más cosa de la edad, mi amor por la música se hizo más carnal durante esos años. En el 2006 mi novia y yo aprovechamos que Macy Gray actuaba en Barcelona para disfrutar de su directo después de engullir una y otra vez su último disco en el coche. El concierto fue a las 20h. Ese día entrené (no recuerdo si fue por la mañana o por la tarde), mi mujer trabajó e hizo milagros para ajustar la agenda y poder asistir al evento.

El concierto tuvo lugar en el Espacio Movistar -no sé si eso existe hoy en día-, se reunieron muchos incondicionales de la música negra. El ambiente era positivo y la cerveza regaba los zapatos de los asistentes. A mi mujer le gusta estar delante, en cambio a mí lo que me importa es estar cómodo y escuchar bien.

No fue complicado conseguir un buen lugar. El concierto comenzó con fuerza, las tres primeras canciones pueden marcar todo un concierto. No recuerdo cuáles fueron, estaba demasiado centrado en mis piernas. Estar de pie sin bailar ni caminar me provocaba un dolor sordo pero intenso. Me pesaban las piernas; habría pagado una fortuna por una silla plegable en ese momento. Hay que tener en cuenta que no estaba lesionado, pero el concierto se me hizo eterno. Cuando acabó sentí un alivio solo comparable a quitarse unos zapatos que te llevan apretando toda la noche. Lo sentí por Macy Gray pero para justificar mi presencia en el concierto, al menos, canté con ímpetu «I try».

Pocos meses más tarde tuvimos la gran suerte en Barcelona de recibir a Corinne Bailey Rae. Sorprendía a mi mujer con un par de entradas un jueves a las 21h en el Fórum de Barcelona. Saqué las entradas con tiempo de sobra para no quedarme sin. De repente un día, el entrenador y los capitanes de la Gramanet decidieron hacer una cena de hermandad en un bar de Santa Coloma. No me pude negar porque llevaba poco tiempo en el equipo y no asistir habría sido una falta de respeto y compromiso, pensé yo.  Al no ver otra solución -tanteé que Corinne cambiara la fecha del concierto pero no supe por dónde empezar- se lo comuniqué a mi novia un par de días antes para que buscara acompañante. Por suerte una amiga suya pudo aprovechar las entradas. Salieron encantadas.

Por lo que a mí respecta, asistí a la cena como uno más. A medida que llegaban platillos a la mesa más me arrepentía de la decisión. No es que la cena estuviera mala, solo que era algo demasiado informal para haber dejado de ir a un concierto más apetecible que unas bravas, unos chocos, berberechos, etc. Para más inri, algún compañero con más peso que yo en el equipo no asistió por motivos personales. Me quedé con cara de tonto al verme allí mientras mi  novia y su amiga estaban escuchando en directo «Put your records on».

De estos hechos aprendí que todo lo relacionado con el fútbol no tenía por qué ser importante. Hay actividades satélites disfrazadas de indispensables, cuando en realidad son extras prescindibles. El miedo a no encajar, muchas veces, hace que decir «no puedo ir» sea una auténtica hazaña. Además no estábamos cobrando. Quizás pensé que en esa cena nos iban a pagar «argo». Mi ingenuidad ha sido una constante cuando futbolista.

Esta historia no está en mi libro Fútbol B (Amazon)

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