Por Jacinto Elá, exfutbolista profesional y autor de Fútbol B
Escuchar a Roque Mesa es volver a leer Fútbol B
Hay entrevistas que parecen confesiones. La de Roque Mesa en el podcast Offsiders es una de ellas.
Posiblemente os haya llegado que solo le importaba el dinero, pero durante dos horas puedes contextualizar la situación y entenderle un poco mejor.
Mientras lo escucho, tengo la sensación de estar oyendo capítulos enteros de Fútbol B leídos en voz alta por otro futbolista. Cambian los nombres, los clubes y los acentos, pero la esencia es la misma: un jugador que ha pasado por todas las estaciones del fútbol moderno y ha vuelto con cicatrices, no con medallas.
Mesa habla desde la herida, no desde la nostalgia. Lo hace con una claridad que solo tiene quien ya no compite por caer bien. Su historia —de Telde al Levante, del Swansea a Malasia— condensa todo lo que intenté explicar en mi libro: que el fútbol profesional no se parece en nada al sueño que imaginaste.
El principio del fútbol
Roque se fue de casa con quince años. Dejó atrás los fines de semana comunes y la adolescencia. Lo hizo por el mismo motivo por el que yo fui a Inglaterra y acabé jugando lejos de casa: porque uno no juega donde quiere sino donde puede.
En Fútbol B lo llamo “el inicio del juego serio”: ese momento en el que el fútbol deja de ser diversión y se convierte en un examen permanente. Ya no eres un niño que juega. Eres un activo.
Su primer golpe llega pronto. Rechaza una renovación porque un representante le promete el cielo y después lo deja tirado.
Sin contrato, sin dinero, sin rumbo. Exactamente lo que les pasa a cientos de chavales cada año, convencidos de que hay ascensores directos a la élite. Pero el fútbol no tiene ascensores; tiene escaleras de servicio.
Futbolista y representante deben ser socios
En Fútbol B escribí que el futbolista que no entiende el negocio acaba siendo el negocio. Roque lo vivió de lleno.
Creyó en las promesas de un agente que le vendió humo de Madrid y Barcelona. Cuando el trato se cayó, el agente desapareció.
De repente, el chico que se veía en las puertas de la élite tuvo que empezar desde Tercera División con un sueldo básico para sobrevivir. Pensó en opositar a la Guardia Civil. Ese es el punto donde el sueño se rompe y aparece el adulto.
“Comer mierda, comer mierda y seguir para arriba.”
Lo dice Roque Mesa. Es brutal y verdadera. Y debería enseñarse en las academias, justo antes de que un chaval firme su primer contrato. No es motivación barata. Es supervivencia.
Abraza el cambio, bordea la depresión
En el libro hablo de esa etapa en la que descubres que nadie va a venir a rescatarte. Que puedes hundirte o rehacerte.
Roque tocó fondo muy pronto. Se vio fuera del sistema. Y tuvo que reconstruirse desde cero.
El regreso a Las Palmas fue su punto de giro. Volvió a casa, ya sin focos, y allí encontró lo que había perdido: sentido. Ganó estabilidad emocional gracias a las enseñanzas de compañeros más veteranos y otros con sus mismas motivaciones.
Pero lo más interesante no es que volviera a jugar bien. Es cómo volvió a entender el juego. Y aquí entran dos nombres que él menciona en Offsiders y que son clave en su relato: Juan Carlos Valerón y Quique Setién.
Valerón le enseñó a mirar el partido con otros ojos. Setién le enseñó a disfrutar de tener el balón, no a perseguirlo. Con ellos entendió que el fútbol no era correr como un pollo sin cabeza, sino leer. Interpretar. Tomar decisiones buenas antes que decisiones rápidas.
Eso mismo defiendo en Fútbol B: el talento sin cabeza se convierte en un gasto; y la cabeza sin emoción se convierte en condena. Un buen futbolista necesita las dos cosas. Un club serio también.
El dinero no es infinito
Después de consolidarse, le llega la oportunidad grande. Premier League. Swansea. Un contrato que, según él, le arregla la vida. Un salto económico imposible de rechazar. Lo entiendo perfectamente.
Pero aquí viene la puñalada: tenía dinero, pero no era feliz entrenando.
En Fútbol B dedico capítulos a esa contradicción. A esa mentira que todos repetimos cuando somos jóvenes:
“Cuando llegue el dinero, estaré bien.” No siempre.
Roque cuenta que en Inglaterra el equipo no jugaba como le habían prometido. No era fútbol de toque, era un fútbol directo, rudimentario, sobrevivir como sea. Y él, que había vivido la pelota como una herramienta de control y de placer, de repente se veía obligado a jugar un deporte distinto. Eso mata por dentro.
Esta parte es importante porque desmonta la imagen romántica del éxito. Puedes estar en la Premier, con una nómina que te cambia la vida, y aun así levantarte sin ganas de ir a entrenar. ¿Qué clase de “sueño” es ese?
En el libro lo resumo así: el dinero llega, sí, pero no siempre llena.
La felicidad, en cambio, no firma cláusulas.
La tecnología no solucionará nada
Roque lo dice sin rodeos: el fútbol actual se ha vuelto robótico. Hoy se valora más lo que marca el GPS que lo que ve el ojo.
Más los metros recorridos que la lectura del partido. Más un sprint sin sentido que una pausa inteligente.
Llega a contar que hay jugadores que, en plena celebración de un gol, hacen carreras a máxima velocidad solo para que el dato quede registrado y así tener más argumentos para jugar el siguiente partido. Eso no es fútbol. Eso es ansiedad con tacos.
En Fútbol B escribo que la tecnología en el arbitraje no va a cambiar mucho, pero se puede extrapolar a las estadísticas de los futbolistas: estamos convirtiendo al futbolista en un saco de datos. Que ya no se premia al que entiende el partido, sino al que puede imprimir en PDF su “alta intensidad”.
Y el problema es que muchos entrenadores han comprado esta mentira. Han confundido intensidad con talento. Han confundido correr con jugar.( Y ojo, estoy de acuerdo con o que dice Marcelo Bielsa: :el que corre siempre juega bien»).
Cuando un medio centro que da el 90% de pases buenos se siente menos valorado que uno que “ha corrido 13 kilómetros”, algo está roto, dice Roque Mesa.
Más solo que un lesionado
En Fútbol B hay un capítulo que se llama “Más solo que un lesionado”. Lo titulé así porque la lesión grave es un desierto personal. No hay público. No hay compañeros. No hay recompensa rápida. Solo estás tú contra tu propia cabeza. No quieres ver a nadie. No quieres que nadie te vea.
Roque Mesa lo está viviendo ahora mismo. Primer partido en Malasia, rodilla rota, ligamento cruzado, 36 años. Todo el mundo entendería que se retirara. Él no. Se opera de la forma más agresiva, pensando en volver a competir de verdad, no en pachangas. Dice que quiere volver no para jugar 90 minutos, sino para aportar calidad, lectura, experiencia. Es optimista.
Aunque hace mucho hincapié en la importancia de un buen contrato a cualquier precio, eso le puede dificultar fichar por un equipo con su edad y sus circunstancias. Solo un técnico que le conozca puede depositar tanta confianza. 36 años no son pocos para un futbolista.
Son buenas intenciones, porque demuestra que está dispuesto a poner lo mejor de sí mismo en honor al juego. A escasos metros de la puerta de salida parece querer hacer un último servicio al fútbol y a su niño interior.
¿Por qué jugamos?
Mesa lo deja clarísimo: quiere seguir jugando como jugador de calidad, no de cantidad. Ya no necesita que lo quieran por resistencia física. Quiere que lo valoren por entender el partido.
Esa frase encaja directamente con el capítulo “¿Por qué jugamos?” de Fútbol B. Jugamos para alargar la infancia. Jugamos porque durante 90 minutos podemos seguir siendo ese niño que corre detrás de una pelota sin pensar en facturas, directores deportivos ni GPS. Jugamos porque durante un rato el mundo vuelve a ser sencillo.
Cuando atraviesas el fútbol y sobrevives, entiendes que la madurez real no es ganar, es aceptar.
Aceptar que el juego ya no eres tú, que tú ya no eres promesa, que igual ya no corres como antes… pero aún puedes ver una línea de pase que nadie más ve.
Eso es el tesoro.
Conclusión: los que entendieron el juego
Roque Mesa no ha leído Fútbol B, pero lo ha vivido. Su historia, contada en Offsiders, es la
confirmación de que el fútbol profesional es menos glamour y más introspección. Que el éxito no siempre sube al marcador.
Mientras lo escucho hablar de depresión, de representantes que desaparecen, de entrenadores que le devolvieron la alegría, de dinero que no compra la felicidad y de GPS que no entienden el juego… yo solo puedo asentir. Porque es lo mismo que viví.
Y es lo mismo que muchos viven y nadie cuenta.
Y si alguna vez te has sentido perdido dentro del juego —como jugador, como padre de un jugador, como aficionado que ya no se cree el relato del “sueño”— léete Fútbol B. Te lo digo sin campaña de marketing: ahí está lo que no sale en las ruedas de prensa.
📘 Fútbol B está disponible en librerías y en Amazon.
Una lectura para los que aún creen que el fútbol es más que una profesión.
