(apuntes de un exfutbolista que hoy entrena para formar, no para adornar)
No es un saldo en la cuenta, ni un museo de medallas
Aunque muchos lo crean, un futbolista no se define por el dinero que gana, los títulos que levanta o la fama que arrastra. Eso es ruido. Lo que te define es la dedicación: entrenar cuando toca, competir cuando puedes (o cuando te dejan) y sostener el oficio en la rutina. Jugar una pachanga no te convierte en futbolista; vivir en la disciplina, sí. Lo demás, postureo.
No es un corre-caminos sin cabeza
El futbolista piensa. Decide cada segundo, a veces sin tiempo para explicarse por qué. Hay una inteligencia específica del juego: percibir, anticipar, elegir. Quien cree que todo es “correr detrás de un balón” no ha entendido nada.
No se acaba con la retirada
Cuando el cuerpo ya no da, la mirada queda. La forma de entender el juego —y muchas veces la vida— no caduca con el último contrato. Una vez futbolista, lo eres para siempre, aunque cambie el uniforme.
No es un solista
El fútbol no perdona al que va por libre. Hace falta ego, pero domesticado y puesto al servicio del grupo: compañeros, entrenador, afición. El lucimiento personal sin sentido colectivo es humo.
No es solo músculo
A más exigencia, más cabeza y más gestión emocional. El problema es que la transición de amateur a profesional suele ser brusca: de un día para otro, un chico de 17 está con adultos que se ganan la vida con esto. Ahí aparecen lagunas mentales y emocionales que el entorno normaliza como si fueran “cosas del fútbol”. No deberían.
No es una etiqueta que te ponen los demás
Que te llamen “futbolista” no basta. Se es cada día. Con disciplina. No vale declararse futbolista un año y olvidarse tres. Esto es continuidad, no un disfraz de fin de semana.
No es “ya me lo sé todo”
El día que crees que ya sabes, empiezas a bajar. Mires a quien mires —gente con mil goles o con una zurda de museo—, los mejores siguen aprendiendo. El juego cambia; tú también.
No es un escaparate que solo se enciende cuando brilla
Se es futbolista cuando sale bien y cuando sale mal. Lesionado, fuera de forma, sin equipo, con el teléfono mudo… La identidad no puede depender del highlight.
No es renunciar a la vida personal
Se nos empuja a creer que “solo importa el balón”. Error. La familia no es un decorado que acompaña a un profesional; es tu vida. Con los tuyos, te toca no ser “el futbolista”: ser hijo, pareja, amigo. La profesión no debe definirte al 100%.
No es la ovación… ni el linchamiento
Los aplausos y las broncas son subjetivos. Importa lo que ve el entrenador, lo que sienten los compañeros y lo que te dices tú… sabiendo que todo eso también puede estar sesgado. Y ojo: un futbolista sin elogios ni críticas es uno que juega en un campo vacío.
No es el peinado, la bota ni el filtro
Vivimos una homogeneidad superficial: mismos cortes de pelo, mismas marcas, mismo outfit; brazos tatuados como uniforme emocional. Que cada cual haga lo que quiera, pero eso no te hace futbolista. El jugador está muy por encima del escaparate.
No es solo talento
Hace falta algo de talento, sí, pero basta con unas condiciones físicas adaptables, mucho trabajo, buenos entrenadores, sacrificio y una mente a prueba de decepciones. Con eso se llega más lejos que con la genialidad mal entrenada.
No es perfección
Entrenando a niños lo repito hasta el cansancio: equivocarse es parte del juego y del aprendizaje. Esto no es un deporte contra el cronómetro; hay un rival que trabaja para que falles. Al futbolista y al aficionado les toca digerir el error y aprovechar el acierto.
No es una burbuja dorada
Muchas veces nos empujan fuera de la realidad, como si fuéramos “seres especiales”. No lo somos. Nos parecemos más a cualquier trabajador que a una estrella eterna. La carrera tiene caducidad y, al salir, uno vuelve a ser novato en casi todo. Y mientras tanto, conviene no inflar los problemas del futbolista por encima de los del vecino.
Entonces, ¿qué sí es un futbolista?
Es alguien que se sostiene en la rutina: entrena aunque duela, piensa mientras corre, aprende cuando gana y cuando se cae, pide ego para competir y humildad para cooperar, cuida su vida fuera del césped, tolera el error propio y el ruido ajeno, no se disfraza para gustar y no se rinde cuando nadie mira.
Todo lo demás —el brillo, los titulares, los likes— no es fútbol: es decoración. Y a los míos, los que entreno, intento formarles justo ahí: en lo que no se ve y, por eso mismo, vale de verdad.
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