Pensaba que llenar el armario era la solución

Pensaba que llenar el armario era la solución

Uno de los efectos fundamentales de equiparar la felicidad con la compra de artículos que se espera que generen felicidad consiste en eliminar la posibilidad de que este tipo de búsqueda de la felicidad llegue algún día a su fin. […] Al no ser alcanzable el estado de felicidad estable, sólo la persecución de ese este objetivo porfiadamente huidizo puede mantener felices a los corredores que la persiguen.

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Con 19 años me encontré en Southampton cumpliendo un sueño: era jugador de una plantilla de la Premier League. Me sobraba tiempo por todos lados. Una de las formas de sobrellevar esa carga era creando rutinas que me permitiesen tener la sensación de estar ocupado.

En este post me voy a referir a la rutina de los sábados, que era el día más raro para mí.

Dentro de la tortura de mí jugar, me gustaban los sábados porque el entrenamiento era ameno, sin competitividad enfermiza, pero exigente. Además de juegos, para acabar la sesión nos metían series cortas pero intensas de carreras para ganar potencia y velocidad. Eran de agradecer para los jugadores que nos habíamos quedado fuera de la convocatoria.

Después desayunaba como un jubilado en el comedor del «training ground» mientras veía jugar al equipo del fútbol base que estuviera por allí. Total, hasta las 15h no jugaba la primera plantilla en el estadio o en la tele.

Después de haber hecho acto de presencia en las instalaciones del club, me iba al West Quay (el centro comercial más popular de la ciudad) en busca de alguna prenda de vestir para estrenar esa misma noche. No buscaba nada en especial: alguna camiseta, unos tejanos, una chaqueta… nada caro.

Entre semana iba a TK Maxx, un outlet, y buceaba entre las estanterías y percheros en busca de algo diferente. Recuerdo que una vez conseguí una camiseta de Custo Barcelona por apenas 15 libras. Fue el descubrimiento del año.

Esa misma noche un tipo se me acercó, yo creía que me iba a decir que me conocía del Southampton y que era una máquina -lo típico que te dicen los aficionados borrachos aunque nunca te hayan visto jugar-, pero el tipo, con una cara de alegría inmensa me dijo: «es la mejor camiseta que he visto en esta discoteca jamás». Sonreí, «thank you».

Hacía tiempo que no me llevaba un cumplido en Southampton por parte de un aficionado, la lástima es que no fuera por mi juego. Aun así, fue gratificante. De alguna manera, cada sábado lo dediqué a encontrar «la mejor camiseta de la discoteca» en todas las tiendas del West Quay.

A medida que pasaban los meses, mi armario estaba cada vez más lleno de ropa. Cuando hacía limpieza me preguntaba por qué había comprado una y otra prenda.

¿Cómo podía no gustarme nada si las había comprado yo mismo?

Estaba confundido. Tenía el armario lleno de ropa pero al llegar el sábado tenía la sensación de no tener nada para ponerme.

Años más tarde, cuando mi cuenta bancaria era algo más que precaria -lo justo para pagar facturas y no endeudarme-, dando un vistazo a mis 19-21 años, me di cuenta de que estaba llenando el armario de ropa cuando en realidad necesitaba llenar mi alma. Y eso no se consigue comprando cosas, sino creando relaciones, con los que te rodean y, sobre todo, con uno mismo.

Razón por la que en mi libro Fútbol B hay un capítulo que se titula «Aprende a estar solo».

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