Mi intento fallido por ser futbolista ecologista activista en activo

Mi intento fallido por ser futbolista ecologista activista en activo

Alicante, 2002. El desastre del Prestige.

Por aquel entonces estaba cedido en el Hércules de Alicante. Mis días no eran muy interesantes, más bien eran aburridos. Después de entrenar, poco después del mediodía, nadie ni nada excepcional me esperaba en casa. PlayStation, intentar leer, llamar a mi novia y tele.

Mi única dedicación era jugar a fútbol e intentar no morirme de aburrimiento.

Ninguna actividad social ni educativa formaba parte de mi holgado horario. Con 20 años uno necesita una rutina. Hacer la compra, visitar el centro comercial… Y poco más. Ni siquiera tomaba café, así que no iba a bares ni cafeterías. (¿Pensabas que la vida del futbolista era una fiesta continua?) Acabé apuntándome al gimnasio Esporta para llegar a un mejor estado de forma. Me faltaba chispa. También iba a correr a la Playa de San Juan, que estaba a escasos 150 metros de mi casa.

En la urbanización teníamos piscina, pista de tenis y vistas a un campo de golf. Sólo pisé la piscina una vez, y pocas ocasiones tuve para jugar a tenis. Alguna vez, cuando mi novia estuvo por allí, intentamos echar un partido. Fue aburridísimo porque ninguno de los dos éramos capaces de dar un golpe con sentido. Hulio lo habría hecho mejor que yo.

Recuerdo que aún veía bastante televisión, pero tenía poca credibilidad. Dos años antes había leído un libro que desenmascaraba a toda la industria de la telebasura «Mírame, tonto».

Desde entonces, la tele para mí solo tiene de real el 35% de lo que se ve. Pero ese otoño/invierno fue diferente en mi vida. Estuve enganchado a la televisión para seguir la evolución del Desastre del Prestige.

El chapapote era el protagonista en los noticieros día y noche. Miles de voluntarios de desplazaron a Galicia para ayudar en la limpieza de la costas gallegas. Yo lo veía desde el sofá con la misma impotencia que ve un partido un lesionado de larga duración.

Rajoy y Juan Carlos

No soy un ecologista activista activo común

No soy un ecologista-animalista al uso. Nunca hablo con perros, no tengo plantas, pero tengo un profundo respeto por la naturaleza. Si puedo ir andando no voy en transporte público, si puedo ir en transporte público no cojo el coche ni loco.

Me sobraba tanto tiempo que me sentía culpable de no hacer nada por las costas gallegas. Busqué en Internet la manera de enrolarme en algún autocar de voluntarios. Cuando encontré uno, me di cuenta de que tenía que pedir permiso al club. Después de darle vueltas desestimé la idea. Lo mío era dedicarme al fútbol, eso creía yo. Mi función en la sociedad era entretener y distraer al resto de ciudadanos mientras el país se iba a la mierda por culpa de «unos hilitos con aspecto de plastilina».

Mis obligaciones futbolísticas dejaron de un lado mis motivaciones ecologistas. Ahora que lo pienso, 18 años después, estoy seguro de que no me habría arrepentido por haber ido. ¿Pero me habría dejado el club?

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