El fútbol formativo en vías de extinción

El fútbol formativo en vías de extinción

Supongo que mientras lees esto te estás acordando de un montón de cosas que tienes que hacer (o no has hecho). Te entiendo, tú tampoco te libras de este ritmo tan frenético de vida que creemos que tener. Vamos corriendo para llegar tarde.

Fútbol no se salva de esta inmediatez impuesta por la necesidad de conseguir resultados a corto plazo. Tan a corto plazo que ya no dejan que los niños terminen de hacerse en su propia salsa.

No es extraño ver cómo niños de 13 años se trasladan a otras ciudades para jugar a fútbol.

Lo he visto de cerca. Compañeros míos llegaban de varios puntos de España para buscar la oportunidad de ser profesionales algún día. Esta decisión requiere mucha valentía e ilusión. Detrás de este gran paso hay muchas lágrimas.

Los clubes no valoran en su justa medida el gran esfuerzo que tienen que hacer los jóvenes para ser futbolistas. A ellos les llueven los futbolistas de todas partes.

He visto que a más de uno se le ha vuelto a casa en solo un año después de haber fichado. El principal objetivo durante el primer año para estos chavales debería ser asentarles en la ciudad y hacerles sentir útiles en el equipo.

Un niño no necesita colgarse medallas si no jugar regularmente, porque es la única manera de que se sientan con confianza.

Si juega se evita que pase varias horas al día pensando en volver a casa. Este deseo es más intenso cuando se acerca la Navidad. De la familia depende que vuelva con más o menos motivación.

A las madres les cuesta animar a los hijos a seguir allí. Ellas captan con la mirada si es feliz o no; sin embargo los padres toman ese sufrimiento como una parte del proceso.

Con esto no estoy diciendo que los padres fuercen a los niños a seguir jugando. Cada caso es particular. Pero pocos son los padres que no reciben con los brazos abiertos a sus hijos al volver a casa aunque sea para jugar en el equipo del pueblo.

Lo que más teme un padre es que su hijo salga herido y no poder consolarlo.

La figura de los representantes a eliminado parte de lo sentimental de este juego para profesionalizarlo, y es algo que me preocupa. No olvidemos que hablamos de niños.

Por suerte los entrenadores de base cada vez están más preparados para formar a los niños desde el punto de vista psicológico. Pero la inmediatez y el resultadismo están tan presentes que se dirigen a ellos como si hablarán con hombres.

Yo opino que un club de base a lo que debe aspirar es a hacer buenos jugadores y sobre todo a formar una familia porque están realizando una labor muy útil para la comunidad.

La idea debería ser obtener los mejores resultados posibles sin dejar de lado el aprendizaje y el sentimiento de pertenencia.

Todo esto se desmorona cuando los clubes grandes desmantelan equipos enteros fichando a los mejores. Esto introduce a los niños en el mercado del fútbol cuando aún no saben si se van a dedicar a ello.

Esta es mi opinión y posiblemente esté muy equivocada, porque yo mismo pasé de un club pequeño a uno grande con 12 años español, pero en esa época no había representantes de por medio y fue un amigo quién me convenció para ir a jugar con ellos. Me contó tantas cosas buenas que soñaba con cambiar de club.

No fue en mis propias carnes cuando vi la falta de paciencia de los clubes con los jugadores. Con otros compañeros que jugaban menos. Sufrían la impaciencia de los entrenadores. Algunos salían al terreno de juego derrotados con tan solo 13 años. Tenían que demostrar mucho en poco tiempo, y eso es muy complicado.

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