Diario de un futbolista pobre (capítulo 3)

Diario de un futbolista pobre (capítulo 3)

Durante todo el 2020 voy a publicar todos los capítulos enteros de mi libro “Ulises: diario de un futbolista pobre”. Cada semana un capítulo.

Arrancar siempre cuesta…cada vez más

Viernes, 5 de agosto
Tras tres días de entreno, mis músculos empiezan a disfrutar de la fatiga que requiere una buena puesta a punto. No estoy al cien por cien, pero sé que estoy en el camino. Me encuentro entre la extenuación y el placer -solo los deportistas entenderán de lo que hablo-. No me preocupa mi estado de forma actual porque sé que es una cuestión de tiempo, trabajo y descanso.
Ignoro muchas cosas, pero conozco mi cuerpo como un mecánico a su viejo coche. Esta película (la pretemporada), me la conozco tan bien como la primera de Rocky; la habré visto más de diez veces. Maratones, saltos, esprints, agujetas, imprecisión… y molestias varias. Eso es la pretemporada, baby, solo puedes dejarte llevar y aceptarla. Resistirse es quedarse atrás.
El viaje en coche no me ha venido bien. Toda la tensión se me debe haber acumulado en las lumbares. He dormido en el suelo porque el colchón es una nube de algodón. Con los músculos tan tensionados lo que menos necesito es un soporte tan blando porque noto como si se me desformara el cuerpo. Mucha gente cree que el mejor remedio para estas situaciones es un colchoncito blando, pero es lo contrario. Esa gente es la que luego camina encorvada o dando pasos irregulares. Dormir en el suelo no me ha servido de mucho, pero es mejor que no hacer nada. Para eliminar la tensión, el único remedio que conozco es salir a correr, aunque no me apasione, pero cualquier cosa es mejor que la quietud. Cuando estoy nervioso me cuesta permanecer tranquilo y esperar acontecimientos. La PlayStation siempre ha sido un buen remedio para matar los nervios, pero engancha más que un sueldo fijo.


Cinco horas en carretera no es lo más saludable para iniciar una pretemporada, y mucho menos sin saber dónde me estoy metiendo. Al final, por mucho que lo intente, no voy a engañarme. Los cuádriceps se me engarrotan, las rodillas sufren en silencio a la espera de protagonismo en el peor momento de la temporada. Podría haberme parado cada dos horas -como recomiendan los luminosos en la autopista- a estirar las piernas, pero esos consejos solo son útiles para quien lleva niños a bordo dando la tabarra.
Últimamente me preocupa la dificultad que tengo para hacer que todos mis músculos progresen en harmonía, y aunque me cueste reconocerlo, es cosa de la edad. Me falta ese punto de energía. No me refiero únicamente a lo físico -creo que eso acaba siendo lo de menos-, sino a lo mental; es volver a encajar en un grupo, conocer a los compañeros y ganarme el respeto. Cada
vez me da más pereza volver a empezar de cero. La soledad es la fatiga después de una dura jornada a doble sesión en la que, tumbado en la cama y mirando al techo, con los músculos entumecidos, y cubierto de bolsitas de hielo en las articulaciones, te preguntas si merece la pena volver al día siguiente y someterte a semejante castigo físico. Jamás entenderé qué sentido tiene dar vueltas a un campo de fútbol como si fuéramos reclusos. Muerte a los entrenadores de la vieja escuela.
Supuestamente me encuentro en la edad de mayor esplendor para un futbolista. En parte es cierto, pero he estado mejor. Sí que estoy en un buen momento a nivel madurativo, ya no peco de la arrogancia propia de la juventud y tengo experiencia para afrontar las adversidades. Pero me fastidia que siempre haya algo en mi vida que falla. Por suerte, o por desgracia, los obstáculos que me encuentro van variando en la forma, pero no en el contenido. Aunque los problemas sean similares, las soluciones no. Mi principal temor es volver a romperme los ligamentos. Tengo que reconocer que, aunque han pasado más de dos años de aquello, aún siento el dolor de los míos viéndome apartado de los terrenos de juego. Aún no me siento a salvo. Eso es lo peor de este tipo de lesiones: todos quieren ayudarte, pero hay dolores que nadie puede consolar. Mamá volvió a tener la misma mirada que tuvo cuando perdió a su hermana. Maldito cáncer. Cualquier lesión queda reducida a lo insignificante cuando ves que la gente a tu alrededor sufre enfermedades tan devastadoras e injustas como el cáncer.


Estos últimos días Carmen y yo hemos estado demasiado cansados como para hablar largo y tendido. Ella ha estado sustituyendo a su madre en el cuidado de la tía Javiera. En realidad, la tía Javiera no es de la familia, pero como si lo fuera. La madre de Carmen se encarga de cuidarla y hacerle compañía desde hace muchos años. Para dar descanso a su madre, y por el cariño que le une a la tía Javiera, suele ir algunos días. Le paga extraoficialmente muy bien. A Carmen le gusta ir porque puede estudiar o leerle en voz alta los cuentos que escribe. Al menos tiene quien le escuche. A pesar de las complicaciones que supone llevarla al lavabo o ducharla, para Carmen es un refugio, aunque siempre se queja de lo duro que es estar pendiente de una anciana de 90 años. Se queja mucho, pero lo hace porque no quiere aceptar que es feliz realizando una tarea tan básica.
He intentado convencerme de que no, pero intuyo que tengo una micro contractura en los isquiotibiales, quizás sea una paranoia mía y solo sea fatiga, pero mañana hay partido y forzaré. No he firmado el contrato todavía, lo cual es un riesgo que no tengo más remedio que asumir. “El Amazon” me ha dicho que esté tranquilo, que juegue y demuestre que soy más de lo que se merecen. Según él, con una pata debería ser el mejor en el mediocampo.
Lo único que me tiene un poco mosca es que esto empieza a parecer una prueba encubierta, y creo que soy el único tonto que no está avisado. A estas alturas de mi carrera, y de la temporada, no estoy para perder el tiempo en pruebas inútiles. Todo el mundo sabe que cuando vas a probar a un equipo no tienen intención de ficharte a no ser que seas un Ronaldo. Y mucho menos si eres español. En cambio, si eres brasileño o africano tienes alguna posibilidad porque todos los clubes sueñan con descubrir al crack mundial salvado de un barrio pobre, extraído de su entorno familiar a cambio de cuatro duros y venderlo por una millonada. Por desgracia para ellos, Monchi solo hay uno.
Ayer entrené bien. Por la mañana en lo físico se notó que me falta rodaje, pero el míster parece ser consciente de ello. No hace falta ser Arsène Wenger para diferenciar la calidad de la falta de rodaje. Que haya entrenado durante el verano no evita que aún no esté al mismo ritmo que mis compañeros. Entrenar en solitario no es más que un consuelo, porque sin equipo, un futbolista no es nada más que un mal atleta. Cuando me ponga a tono podré demostrar quién soy. Si no me dicen nada después del partido de mañana llamaré a “El Amazon” para que meta presión, tengo ganas de instalarme en un piso y pensar exclusivamente en fútbol. No me puedo permitir una semana más sin contrato. Eso lo tengo clarísimo. La ciudad me gusta, es el lugar idóneo para un futbolista como yo; con lo que hay en la plantilla puedo ser un jugador importante, pero para eso necesito confianza, y ésta se demuestra con un buen contrato como el que me han hecho. Por momentos me siento como un inmigrante ilegal tratando de no cometer ninguna infracción para no llamar la atención y ser deportado. Cualquier cosa que haga será analizada con lupa. Cuando se está a prueba uno debe tratar de no parecer extravagante o maniático, a nadie le gusta tener cerca a alguien que no comprende.
Anoche estaba tan cansado que cené un bocadillo en el bar y me subí a la habitación. Me dormí sobre las diez. Hacía tiempo que no estaba tan cansado.
Durante el entreno un chico se me acercó, y me preguntó: “¿Tú eres Ulises Cruz?” -Me hace gracia como pronuncia “Ulises”? Dice “Ulizzes”, como diciendo “pizza”-. Me conoce de Murcia. Resulta que estuvo a prueba con nosotros con apenas 18 años, pero no lo ficharon. Me ha contado que después de eso ha estado dando vueltas por varios equipos en diferentes países (Portugal, Chipre, España y Malta). Acaba de firmar tras dos semanas a prueba. Se llama Giovanni, es brasileño con pasaporte italiano. No lo recuerdo; ese año en Murcia, pasaron un montón de jugadores de diferentes nacionalidades, y yo estaba un poco distraído. Este tal Giovanni es buena gente; tiene mucha calidad. Creo que, incluso demasiada para esta categoría, además es demasiado delgado, lo va a pasar mal. Me temo que los rivales se van a enfadar pensando que les está provocando. En segunda B los jugadores no se andan con chiquitas, y siendo tan habilidoso es un blanco fácil. Vive en una residencia de estudiantes, hasta que le asignen un piso. Se le ve satisfecho, después de todo lo que ha pasado, para él estar aquí “es como fichar por el Madrid”. Su familia vendrá cuando le den un piso.


En principio había quedado con Giovanni para tomar algo. Me da pena que se pase tanto tiempo en la residencia, que en estas fechas está desierta. “Es como las películas de terror”, me dice, “no hay nadie por los pasillos, pero se escuchan ruidos por todos lados. Solo faltan un niño paseando en triciclo y las gemelas mirándome”, se moría de risa al decir esto; la verdad es que el tipo tiene un humor un tanto especial, o quizás es que estoy demasiado cansado. En un principio acepté la invitación -supongo que fueron las ganas de salir de la rutina- pero a última hora me he encontrado tan a gusto que le he dicho que lo dejemos para otro día. Se lo tomó como si lo esperase. Solo me falta que me vean tomando una cerveza en una terraza por la tarde y alguien diga que me vio en la discoteca. No es fácil pasar desapercibido con mis andares, con estas agujetas camino como si me hubieran robado el tacataca.
Hoy solo hemos entrenado por la mañana. Ha sido una sesión exigente, pero es el tipo de entreno que me gusta. De mucha intensidad, pero con el balón como protagonista. Al final los futbolistas somos como niños; pueden mandarnos a hacer cualquier cosa, mientras sea con balón, la haremos encantados.
Al final de la sesión cuando he notado la pequeña molestia en los isquiotibiales; se me han encendido todas las alarmas. La experiencia me ha hecho bajar el ritmo inmediatamente. He acabado el entreno sin hacerme notar demasiado, y cuando ya no quedaba nadie por pasar por la camilla, me he acercado al fisio y le he explicado la molestia en los isquios. En principio no ha visto nada, pero, para no correr riesgos, me ha inyectado un Voltarén “de manera confidencial” y me ha dado un paquete empezado de antiinflamatorios. Me ha dicho que con la dosis que me ha inyectado debería ser suficiente para jugar el partido de mañana con garantías: “solo es una pequeña sobrecarga. Nada nuevo a estas alturas de la pretemporada” -y me dio una palmada en la espalda-. Se lo ha currado. Me ha tranquilizado su forma de tratarme, sin prisas, como si me conociera de siempre, como uno más de la plantilla. Es la primera vez que me siento parte del equipo desde que estoy aquí. También me dijo que si hacía falta le diría al míster que no me pusiera más de media hora, pero le dije que no hacía falta, que se dejase de chorradas, “yo necesito jugar para ganarme el puesto, ya he dado mucha ventaja llegando tan tarde a la pretemporada”. No hay nada peor que hacerse el delicado a las primeras de cambio. Es muy fácil que te pongan una etiqueta, pero luego no te la quitas ni con agua caliente. En el fútbol somos un poco como los estudiantes de instituto a la hora de poner apodos y etiquetas.
Aún no he tenido tiempo de relacionarme más allá de lo superficial con mis compañeros, el cansancio generalizado no ayuda a la sociabilidad. Llegamos cansados y nos vamos cansados. He observado que hay varios grupitos -como en todos lados-, aunque todavía no los tengo claramente definidos, me voy haciendo una idea. Con quien más estoy hablando, además de Giovanni, es con dos chicos que acaban de fichar. Uno juega de mediocentro como yo. El año pasado jugaba en Lorca, es murciano, pero habla con acento madrileño. El otro es de Valencia. Lateral izquierdo. 22 y 25 años, respectivamente. Se muestran tan respetuosos conmigo que me hacen sentir como un abuelo; les tengo que decir que si quieren sobrevivir en esta jungla deberían ser más descarados si no quieren ser carne de cañón para todo aquel que luche por un puesto con ellos. En el fútbol, aunque muchos no lo crean, es más importante conseguir respeto que conseguir amigos. El respeto se consigue de muchas maneras: jugando bien, no riendo todas las gracias y teniendo un coche de más de 30000 euros. Sobre todo lo del coche. El fútbol es un reflejo de la sociedad.
Que no quede con Giovanni no quiere decir que viva como un monje; estoy saliendo a conocer la ciudad; básicamente me dejo caer por alguna cafetería cercana o tienda -no tengo ni un duro, pero necesito aire acondicionado-. Andar por la sombra no es ni refugio ni consuelo con estas temperaturas. Por eso salgo a última hora de la tarde. Lo que más me llama la atención es la cantidad de militares que hay en la ciudad, parece Irak en versión edulcorada pero baja en grasas. Me da que los futbolistas aquí competimos con los soldados a la hora de llevarnos a las chicas.
Esta tarde me he premiado con un café con hielo en una terraza bastante concurrida (lo que me apetecía era una cerveza, pero no me puedo arriesgar a que alguien me vea empuñando una birra, mi imagen quedaría dañada desde el primer momento). No he avisado a Giovanni porque ha sido improvisado, un arrebato consecuencia de la soporífera rutina de la pretemporada y la angustia que me provocan las cuatro paredes de mi cuarto. Hace tanto calor que quedarse allí es un suicidio. El aire acondicionado de la habitación no me ayuda mucho, todo lo contrario, me enferma. Hace más ruido que la lavadora que teníamos en Villanueva, se oía desde la puerta principal. Si hubiéramos dejado la puerta abierta, habría salido ella solita:
“¡Hasta luego! Volveré cuando acabe de centrifugar”. Solo la poníamos cuando nos íbamos a entrenar para no sufrir un infarto por contaminación acústica. Nuestros vecinos no se quejaban porque estaban bastante sordos; en realidad teníamos más motivos que ellos para quejarnos, ya que ponían la televisión más alta que en los multicines de Mataró.
El rato que he pasado en la terraza me ha servido para situarme un poco y ver en qué punto de mi carrera me encuentro: estoy perdidísimo. A medida que pasaba el tiempo, la terraza se ha ido llenando de parejas y grupos. El calor me ha obligado a refugiarme en el interior. Dentro no había nadie, incluso parecía un local perteneciente a otro negocio. Lo único que les unía era la camarera que hacía de enlace entre un lugar y otro.


Llevo el cuerpo tan al límite que el mínimo movimiento con este calor me hace sudar. Por más que lo intento, no consigo andar a velocidad normal. Parezco un astronauta en el espacio. Si fuese verdad que sudar adelgaza, ya debería haber perdido 30 kilos. El aire acondicionado del bar era silencioso, pero enfriaba como un demonio. Entonces entendí por qué la gente prefería estar en la terraza a 35ºC. Sería un detalle que prestaran un anorak como hacen en el famoso bar de hielo que hay en Barcelona (algo que no entiendo es por qué la gente va a tomarse una copa en un lugar como ese). Fui una vez con Carmen porque le regalaron una invitación doble, y como era un obsequio, fuimos medio obligados. Fue divertido.
Era el único cliente dentro del bar; la camarera me ha sonreído un par de veces. Más que sonrisas eran muecas contra la incomodidad. Pero en realidad yo era como un mueble. La única sonrisa espontánea entre ambos surgió cuando tropezó levemente, coincidió que yo estaba mirando por donde ella estaba pasando. Lo primero que hizo fue mirar alrededor para asegurarse de que nadie se había dado cuenta; fui el único testigo de su insignificante torpeza, pero evité cruzar la mirada para no hacerla sentir ridícula, pero volví la vista hacia ella y nos encontramos. Quise preguntarle si estaba bien, pero el tropiezo había sido tan leve que era imposible que se hubiera hecho daño. No pudimos evitarlo: ambos sonreímos. Me dedicó una sonrisa acompañada de una subida de cejas -lo interpreté como una disculpa- ¡no había nada por lo que disculparse! Es curioso cómo somos las personas: cuando tropezamos lo que más nos preocupa es que alguien nos haya visto. Como si tropezar no fuese algo natural. Quién no haya tropezado es que nunca ha dado un paso. Cuando tropiezas es bueno que alguien te vea, porque podrá ayudarte a levantar. Prefiero tropezar en medio de Las Ramblas que en medio del Sahara. Si me hiciera daño en el desierto nadie podría ayudarme.
He estado poco más de una hora. He analizado los diarios con la esperanza de encontrar algo sobre mí. Ni una línea. Oficialmente no estoy aquí. Carmen me echa de menos pero aquí ni existo. (¿Estoy en un agujero negro?) Después de un rato me ha empezado a dar vergüenza estar allí solo. Cualquiera que me haya visto habrá pensado que no tengo amigos o que soy un genio incomprendido… o un pervertido. Me he sentido como uno de esos islotes desiertos del Pacífico en medio de tanta gente feliz. Por timidez he dado por finiquitado mi momento zen-café. En el hostal no tengo mucho que hacer, pero al menos tengo una cama para tumbarme; soy una especie de vagabundo con suerte. Antes de subir a la habitación he pasado por el supermercado en busca de provisiones (frutos secos, plátanos, agua y Red Bull). Las noches son muy largas con este calor. El reloj, cuando estoy en el hostal, se vuelve vago, haciendo que el tiempo se convierta en una losa sobre mis planes de futuro. Inmediatamente me ha venido a la cabeza la imagen del único cuadro de Gaudí que conozco. Ese tipo debía drogarse para pintar relojes derretidos por el propio tiempo.
Cuanto más tiempo paso aquí, más oscura me parece la habitación. No sé por qué, pero esta habitación me recuerda a las tiendas de ropa de segunda mano. Todas tienen el marrón y el gris como colores predominantes. Diferentes tonos de marrón que recuerdan al otoño de alguna ciudad triste de Centroeuropa. Es como si la gente solo se deshiciera de la ropa de color marrón y gris. Luego la compran los modernillos y la moda acaba siendo que los jóvenes se vistan como abuelos. Las paredes de la habitación son beige y las cortinas marrones, supongo que para ahorrarse poner persianas. En el mobiliario predomina el blanco amarillento. El armario empotrado, la silla y el escritorio son del mismo tipo de madera. Más que un lugar de paso, este lugar parece el refugio permanente de un hombre desahuciado. Junto a la cama hay una alfombra que no aporta nada, es más, ocupa el poco espacio que queda libre en este diminuto escondite. Quizás sea una referencia para que sepas por qué lado de la cama salir. Las mesitas de noche parecen sacadas de un mercadillo una hora antes del cierre. La lámpara en la mesita de noche izquierda es digna de estudio: no alumbra nada. El mero hecho de estar en la habitación ya da calor. Las ventanas de aluminio y el ruidoso aparato de aire acondicionado es lo más moderno en este cuarto. He descubierto que el interruptor que hay en el costado derecho de la cabeza de la cama es un hilo musical. Me he llevado una grata sorpresa, de alguna manera cubre parte de la función que debería estar realizando una tele. Esta es la maravillosa vida de futbolista profesional: hoteles baratos hasta que firmas el contrato.
Hace un rato me ha llamado “El Amazon” para saber cómo iba todo. Le he dicho que “todo está perfecto”, no tenía ganas de entrar en detalles, ahora
no; ya habrá tiempo para las quejas. Se ha alegrado mucho de que las cosas me vayan tan bien. Me ha dicho que, si hago una buena temporada, podré firmar por algún equipo de nivel superior la próxima temporada. Estos detalles son los que me hacen creer en él, es la única persona que confía ciegamente en mí, nunca se le ha pasado la idea de sugerirme que me busque un empleo. Durante la carrera deportiva necesitas ir acompañado de una persona que tenga mucha fe en ti, porque hay momentos en los que te autoconvences de que no vales nada. A un representante solo le pido que me lleve a un equipo serio, el resto corre de mi parte. Mientras él se ha pasado el verano llamando a todas las puertas posibles, yo me he roto los cuernos corriendo en el cementerio para sentirme vivo.
No sabes lo importante que es la tele hasta que te falta. Hablaré con alguien del club para solucionar este asunto. Supongo que las habitaciones más baratas no tienen tele, pero no creo que haya problema para hacer la excepción con un jugador del equipo. Desde la ventana veo las terrazas repletas de gente disfrutando del verano. Apuesto a que ninguno de ellos se cambiaría ahora mismo por mí. Parezco un pájaro gigante asomado entre las barras de una jaula a punto de meterse en el nido artificial para contar ovejas.

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